21 nov 2009

EARTH, WIND AND FIRE - THAT'S THE WAY OF THE WORLD



A mediados de los setenta en Norteamérica la efervescencia de los sonidos funky y la inminente avalancha del Disco eran una invasión declarada en tierras del tío Sam, y más adelante en todo el orbe. Mientras George Clinton se deslizaba en galaxias de origen psicodélico con su característico groove, Stevie Wonder desfilaba en un amorío entre el soul y los sabores funky. Mientras Curtis Mayfield se endulzaba entre acordes de negrura tierna, Kool and the Gang envenenaba los suelos de las pistas de baile con vientos incendiarios. Mientras ellos se bamboleaban en el apogeo del Funk, mal visto por los puritanos, bien visto por los paganos musicales, se destacaba un armónico movimiento de personajes amantes del virtuosismo y la variedad liderados por el siempre optimista Maurice White, quien en su carta astral tenía como primeros elementos los nombrados en el grupo de sus amores: Earth, Wind and Fire.

En oportuno momento de vivir la fauna musical de esta década tan variopinta, el hijo natural de Memphis pero hijo adoptivo de Chicago, Maurice White vio la posibilidad de seguir experimentando a través de varios géneros para finalmente encontrar una propia identidad, y probó con muchos, enredando al jazz, al afro, rock, gospel, R & B, soul y obviamente al funk, en una amalgama de sonidos atractivos, felices y bien elaborados con un line-up de muchos miembros (casi una big band a escala) y una puesta en escena vivaracha, con los vocales muy bien complementados entre el baritonal White y el falsete casi castratto Philip Bailey . El sonido de Earth, Wind and Fire se identifica de aquí a Caparnaum sin ninguna duda.

Para 1974 la banda ya contaba con cinco trabajos a cuestas, y el precedente de un disco platino fechas anteriores, Open Our Eyes, que llegó a listados en Número Uno de R & B en EEUU. Bien parados en la escena, pero aún no tan reconocidos a nivel internacional. La primavera fue el chance: Participar en una película dirigida por Sig Shore (uno de los íconos del cine Blaixplotation) en el rol de una banda incipiente con repertorio caliente lista para triunfar en el mundo del espectáculo. Para esto, debían tener un soundtrack, y como era evidente ellos eran los encargados de articular las melodías y voces del filme. Maurice White aprovechó para lanzar la banda sonora antes que la película y los resultados fueron magníficos para el grupo: En marzo de 1975 vio la luz That's the Way of the World, un trabajo consistente y refinado repleto de alegría que llegó fácilmente a tope de listas y los consolidó a nivel internacional con su sonoridad cargada de espiritualidad.

La grabación del disco se generó en un rancho lejano en Colorado, el Caribou Ranch. Mientras Maurice White caminaba en los alrededores vio un cielo azul prominente con estrellas que coqueteaban con el crepúsculo, con su actitud optimista ideó en un par de minutos la historia de alguien desconocido que puede llegar al estrellato con sólo proponérselo, el reflejo lírico del primer track del álbum, "Shining Star" que en febrero vio la luz y la celebridad como lanzamiento en USA, un Número Uno inobjetable ganador de Grammy en categoría Interpretación R & B de grupo, que gravita en funk para chuparse los dedos y deleitar los zapatos, la base de bajo y guitarra contundentes con todo el sabor necesario para retumbar en los parlantes y llamar al baile mientras Maurice te levanta de la cama con optimismo desbordante. Conocido por todos y todas durante ese año, ha pasado por tributo de la misma Chaka Khan, y ha sido objetivo de samples para gente como Public Enemy, MC Lyte y The Roots, además de hacer parte de soundtracks como Goldmember, Scooby Doo 2, e incluso, ser interpretado por Gonzo de los Muppets en pleno viaje al espacio. Una estrella brillante que no puede negar su popularidad.

Volvamos al tema de la película. El señor Shore, después de su tremendo éxito con Superfly (1972) y que también consolidó en el mainstream al exquisito Curtis Mayfield con su banda sonora, quiso seguir en la onda de una musicalización totalmente negra. Se puso en el rol de director y llamó a una figura del medio para protagonista, Harvey Keitel, quien encarna a un productor musical que se ve obligado a promocionar un mal grupo de pop vocal presionado por sus jefes, en lugar de una gran banda de soul funk que él quiere ayudar, y que es precisamente Earth, Wind and Fire, donde sus integrantes hacen pequeños parlamentos como músicos entusiastas que buscan la fama. El filme no causó revuelo y ha pasado sin pena ni gloria por los proyectores, pero el soundtrack fue de tal calidad que se mantiene vivo en las memorias de los setenteros. Y el tema que titula la película es tal cual, setentero en toda su extensión con ese sonidito heredero de las texturas soul de Motown (pasaría fácilmente como una interpretación de Marvin Gaye), y matices del Sonido de Philadelphia, anunciando con líricas felices el perdurable espíritu jovial que siempre quiso promulgar White: 'Stay young at heart ‘cause you’re never (never, never, ..) old at heart'. El tema fue segundo single, y por segunda vez llegó al N 1 sin problemas en junio del 75. Objeto de covers por parte de Incognito o Pat Boone, y de samples por parte del famoso Nas. Un delicioso viaje por soul limpio que combina muy bien las voces de Bailey y White , que cuando cantan plantan flores y obtienen perlas. Refinado idealismo.

Maurice White tuvo una influencia bastante fuerte del blues de Chicago y desde sus tempranos años desarrolló un gusto por los sonidos elaborados de la mano de artistas como Booker T. Jones, Etta James o Muddy Waters, y mostró todo su potencial como baterista en muchas sesiones del respetable sello Chess. Más adelante se interesó por otros instrumentos (como su misma voz y la kalimba, un familiar africano del vibráfono), y cimentó las bases para trabajar en un ecléctico conjunto de géneros que dio origen a Earth, Wind and Fire. Bajo una clara influencia afro y el amor declarado al funk logra incluir su kalimba en el tercer tema del LP, "Happy Feelin", pura felicidad de dinámica bailable en las voces de Philip Bailey quien llama a sentir el poder de la música, y el saxo con dosis minimales define el vigor de la pista, y la percusión por momentos evoca los aires de la dicha ancestral de las tribus africanas.



Junto a tanta variedad en sonoridades e influencias, se le unía un sincretismo de espiritualidad liderado por el sello de la buena actitud. White proclamaba sin prejuicio toda clase de doctrinas en las que se entremezclaban la astrología, numerología, vegetarianismo, yoga, budismo y cultura del antiguo Egipto, que se reunían para cantar un solo mantra al amor y a la vida plena, solo hay que ver los vestuarios excéntricos y coloridos y la enorme sonrisa de Maurice, que tenía estampada la palabra Vida en su frente. "All About Love" es el cierre de la cara A del vinilo, y confirma lo escrito, 'Paint a pretty smile, each day lovin, is a blessing'. No se ve tan de frente (excepto los grupos religiosos) alguna banda con semejante esperanza en sus letras. Esta canción es la que más se acerca al perfil de balada pop con White liderando en voces, arreglos orquestales muy sutiles y una sección de vientos pomposas en algunos intervalos, apenas para ponerlo en la cena romántica de par velas entusiasmadas porque en esa noche, todo se tratará de amor.


Entre tema y tema hay un teclado un tanto psicodélico que evoca los enlaces de los álbums conceptuales de The Beatles, característica que se hizo partícipe en interludios posteriores de otros trabajos de los Earth, Wind and Fire. Después de cerrar su ciclo con Warner, el grupo tuvo puertas abiertas con Columbia y el patrocinio en producción de Charles Stepney, quien ya tenía experiencia al trabajar con la gente de Chess Records y conocer la alta gama del movimiento blues y soul de aquel período, en especial con The Dells con quienes obtuvo grandes logros comerciales. Stepney metió mano y corazón en el tema titular del disco, en "Reasons", y en el lado B de "Shining Star" titulado "Yearnin Learnin", una composición (una vez más) entusiasta que habla sobre el chico triunfador que aprendiendo a andar por la vida logra cumplir sus metas, un funk potente con ciertos visos a Stevie Wonder, que tiene un piano juguetón durante toda la canción, las trompetas son despertadores, alerta de luz, la guitarra embelesada en su wah wah y Maurice White encargado con su tono barítono de dar el aire jovial. El switch se pone en On durante este pasaje.

Desde Denver Colorado proviene una de los falsetes más difíciles de igualar en la historia de la música negra, Philip Bailey es un amante confeso de Stevie Wonder y Dionne Warwick, y con una capacidad vocal tremenda al mantener sus agudos en registros prolongados. Junto a Maurice White es la cuota vocal que lidera la banda e interviene en varias de las composiciones de los temas de este trabajo. Si se quieren apreciar todas las aptitudes de garganta de este individuo no se puede dejar de escuchar "Reasons", una finísima balada soul, canturreo de pájaro que acompaña con vitalidad y sofisticación un manifiesto de amor, el único track que habla sobre el amor físico, sobre la conexión hombre-mujer, esta vez Bailey desplaza con sus falsettos de tono inverosímil toda relación galáctica con el más allá y los mensajes de superación de White, con el simple ingrediente compositivo de los deleites idílicos, del disfrute del amor a una chica, y de la sumisión voluntaria por culpa de la adoración. Una pieza muy bien orquestada, con arreglos elaborados, todas las tonalidades y adornos barrocos en la pieza mientras Bailey se va elevando al cielo junto a su registro de voz. Esta melosería bien hecha ha sido parte en versiones del saxo Stanley Turrentine o el chico reggae Maxi Priest, e incluso hasta Will Smith ha saboreado su dulzura en el filme Hitch, como parte de su banda sonora. De todos los cortes del álbum, esta es la postura más sobresaliente del trabajo de Philip Bailey, casi a la par que su inolvidable éxito con Phil Collins, "Easy Lover".


Pero no sólo Bailey y White son los artífices de este sonido de fábula funk. Toda una nómina desarrolla los acordes y las tramas auditivas para hacer bailar al público, comenzando por el hermano de Maurice, Verdine White, quien comanda la línea de bajo y colabora en composición, Ralph Johnson en los tambores, los funky guitarreros Al Mc Kay y Johnny Graham, Larry Dunn en todo lo relacionado con teclas (excepto la kalimba, exclusiva de Maurice White) y el señor Andrew Woolfolk en saxos y flautas. Y es precisamente este experto 'soplador' que se desahoga en fraseos muy jazz pero con el veneno del sabor en el único tema instrumental del disco, "Africano", que inicia con ancestrales añoranzas de sangre de continente negro en sus flautas, y después se encarniza en ritmos bailables rápidos como el cazador y funkys como el músico, y va en busca del alivio a través de varias notas sueltas que suben, bajan, corren y se relajan, pero siempre mantienen el espíritu que homenajea a sus orígenes. Una especie de funk jazz muy bien planteado con tonos persecutores en un ensamble de instrumentación de sabor puro, complementado con la sección de vientos de The Phenix Horns.


Esa calentura de resoplidos de metal denominada Phenix Horns estaba conformada por Don Myrick en los saxos, Louis 'Lui Lui' Satterfield en el trombón, Rahmlee Michael Davis y Michael Harris en trompetas. Tuvieron el gusto de trabajar con artistas como The Emotions, Phil Collins o Heaven 17, y fueron la carburación real que dio a Earth Wind and Fire toda la potencia que despide el That's the way of the World, una sección intensa que se entromete (por fortuna) en muchos episodios de esta producción y calienta hasta al esquimal más escéptico. Este juego de resonancias de cobre también participan en el último track del álbum, "See the Light", que con estruendo irrumpen en la primera parte del tema (bastante afro) y en frenético aire acompañan un cántico altísimo de Bailey, hasta que llega la parte soul del asunto y le dejan el camino libre a un teclado que quiere hacerse notar, Larry Dunn, otro de los grandes colaboradores en composición, entra al juego y se desquita en solos de blancas y negras muy al estilo místico del colectivo musical, toma también el moog y le exprime todo el jugo posible entretanto las voces se desfogan en plegarias al Grande buscando la luz y pidiendo no caer en tentación, la canción más cercana a la oración y la espiritualidad, el cierre que da gracias a Dios por dejarlos publicar este trabajo.

Para 1999 se lanzó una reedición del That's the Way of the World con material bonus, pues tuvo apartes de algunos masters de primeros cortes de temas como "Happy Feelin", "All About Love", "Shining Star" y "That's the Way of the World", además de una versión inédita, totalmente jazz, de un jam que titularon "Caribou Chaser", todo un lujo de canciones reunidas para fascinar a un público ávido de eclecticismo y sabor, esta vez de la mano de mensajes de superación y alta espiritualidad como no se ha visto en mucho tiempo (en el mercado mainstream se aclara), la gente bailando al son de las plegarias discotequeras que provienen de todos los lugares y de ninguno al tiempo, en un eterno vaivén de dioses y músicas que van al mismo fin, destacar la Vida e ir al son del Mundo sin demasiada preocupación, lo importante, es Vivir.

10 nov 2009

VENGANZA AL TRIPLE

Miedo. Rabia. Ansiedad. Insolencia ante lo políticamente correcto a través de la belleza sangrienta. Uno de los sentimientos que más guardamos bajo el brazo, bajo el puño, el odio, se hace partícipe en una genial trilogía concebida por un joven con cara de no matar a nadie en la lejana Corea del Sur. Tres filmes de crudeza agreste pero recreados con una estética impecable que enmarcan un tema central y claro: La venganza a partir de diferentes orígenes, pero todas patrocinadas por el antagónico odio que tanto toca a nuestras puertas.




Chan Wook Park es un fotógrafo de la tragedia sin miedo a salpicarse de sangre, desde Seúl emplea métodos de preciosismos crueles con la imagen, un maestro a la hora de prolongar muertes con planos detallados, sutiles arreglos de música clásica para dar fin a miserables vidas,
close-ups de irremediable cercanía del fin cuando el revólver o el arma blanca son los dueños de los últimos pálpitos, todo calculado desde un inicio, con una fría y hermosa exposición de los hechos con una cámara grandilocuente que se jacta de hacer la violencia un poco más amable a pesar de lo escandaloso del asesinato, a pesar de lo grotesco de las torturas, a pesar del miedo inminente a la muerte.



Sin prejuicios en los guiones, corta lenguas, entierra puñales, estrangula ingenuos o abalea personajes con una exquisitez tal, que solamente la crudeza de los gritos y el alboroto de la sangre chorreada lo hacen sensacionalista, el espectador puede exasperarse o glorificar la escena según su punto de vista (y de su estómago) en medio de muertes totalmente justificadas partiendo de la base inicial del odio transmutado en venganza inclemente.



El primer lustro de la década fue la ocupación de esta tripleta no planeada que Park inició con Simpathy for Mr. Vengeance en el 2002, continuando con la aclamada Oldboy para el 2003 y finalizando el ciclo vengativo con Simpathy for Lady Vengeance para el 2005, agrupadas para reflejar los impulsos dolorosos que produce el odio, y pasar de la ingenuidad a la perversión progresivamente, que apremian a la venganza como solución final a la pena interior. Los tres filmes van encadenados por el sentimiento y están arraigados a fuertes lazos familiares , pero los orígenes de cada vendetta son disímiles.



El sordomudo Ryu en Simpathy For Mr. Vengeance (2002)

Después de pasar por el éxito comercial en su país natal con la película Joint Security Area (2000), Chan Wook Park deja el tema de las balas militares y los conflictos fronterizos (que fue muy bien recibido en el continente asiático) a una experiencia más personal con su primer hijo de la revancha: Simpatía por el Señor Venganza tiene sabores experimentales y más intimistas, con una trama que nos lleva por la vida de un sordomudo que quiere recurrir a cualquier método para conseguir un riñón que su hermana necesita para no morir, y que lo lleva ingenuamente a pasar por traficantes de órganos y a ser parte de un secuestro amateur, desarrollando de forma lenta pero eficaz el sentimiento de venganza que va despertando en los dos personajes principales del asunto, el joven sordomudo Ryu (Shin Ha Kyun) y su ex-jefe Dong-jin (Song Kang Ho), quien termina siendo víctima del secuestro de su hija por parte de Ryu.



Comienza entonces el avance de dos desquites: Ryu debe vengarse de unos traficantes de órganos quienes lo han engañado y robado su dinero, después de haber perdido a su hermana; Dong-jin debe vengarse del secuestrador de su hija (Ryu) quien la ha dejado morir de forma accidental. Los dos son muy parecidos y quieren la venganza desde el mismo punto de partida: La pérdida del ser querido. Los dos promovían la lealtad y el arraigo familiar de forma cariñosa y desinteresada, los dos son personajes que se desenvuelven en una rutina de trabajo no muy bienamada para poder satisfacer las necesidades de sus hogares. Los dos por obligación matan por dolor, mas no por voluntad propia. Los dos emprenden su propia carrera de observación para hallar a sus víctimas de venganza. Los dos odian después de haber amado, los dos se duelen después de ser inexpresivos, los dos entierran la ingenuidad y la reemplazan por rencor.



Ryu (Shin Ha Kyun) recibe su castigo

Características especiales del film, el verde que rodea todas las locaciones y personajes, el cabello de Ryu, la fábrica triste e insensible, la estación del metro, el lago mortífero, los árboles que en silencio contemplan la sed de revancha.
El manejo del sonido se concentra en lo minimal, el ambiente es el protagonista, la incapacidad de Ryu no llama a la música y casi todo se manifiesta en los sucesos tal y como vienen, con el boom como principal refuerzo. Esta vez el sordomudo clama a gritos silenciosos sollozos desesperados. La música sólo aparece en las tristes instancias de la muerte, es poco perceptible, el sonido ambiente es el impacto.
La maestría de Park en la dirección de cámaras es indudable, detalles, contraluces, exploración de ángulos, profundidades de campo, todo un lenguaje infinito de posibilidades visuales a través del agudo ojo de este señor que empieza a crear un estilo.
Y un par de escenas para reconocer, como el momento del ascensor en el que van la policía, Ryu y en la mitad de ellos se va revelando de forma accidental el rostro inerte de su novia, hay que tragarse el dolor...
Otra escena para destacar es el final en el lago (un escenario macabro, pues llama de inmediato a la muerte en medio de su muda calma), el corte con arma blanca de los talones dentro del agua es de impacto inmediato y causa la impresión de no poder incorporarse de la silla después de verlo.



Desde este filme se va forjando el amor de Park por la brutalidad en la forma de matar personajes vista desde la contemplación, cruda pero efectiva, bestial pero sofisticada, sin piedad pero con deleite. Y logra el objetivo de despertar simpatía por el señor Venganza... A quién le gustaría perder un ser querido y quedarse cruzado de brazos? Sin embargo, el final de la película evidencia las consecuencias de la justicia por mano propia y los peligros de involucrarse en la perversión de la sangre.



Para el 2003 llega el mayor hit de este surcoreano con la salida de Oldboy, el segundo exponente de la represalia personal y su prueba más equilibrada entre un guión que se acerca al suspense y un gran trabajo en cámara y montaje. Basado en un cómic manga creado por Nobuaki Minegishi y Garon Tsuchiya recrea la historia de un hombre secuestrado durante quince años sin saber razones aparentes, y después de cumplir este período de aislamiento debe buscar el porqué de su encierro en una persecución en la que sólo cuenta con cinco días para vengarse de su captor.

Oh Dae Su prepara su golpe certero

Alabado en Cannes y objeto de adoración para personajes del calibre de Quentin Tarantino, el 2004 fue el año de gloria para Oldboy. Porqué? Se podría resumir en dos palabras: Guión y estilística. Aquí Chan Wook Park se toma el trabajo de hacer su film más accesible sin tanta tonalidad introspectiva, brinda un poco más de dinámica a muchas de sus escenas, lo complementa con un score de violines vigorosos con tonos occidentales y se lanza a un montaje atractivo con algunos ingredientes de graficación, divisiones de pantalla, peleas sangrientas con planos cerrados que logran estremecer (o crear reflujo estomacal) y como siempre un estupendo trabajo de encuadres y luces que cautivan al ojo observador. Todo un plato exótico pero seductor de imágenes que contrastan entre lo grotesco y lo sublime.



El guión es una acertada elección que opaca su anterior versión de la trilogía, pues en este caso la venganza se va tergiversando, el protagonista Oh Dae Su (Min Sik Choi, de destacable actuación) vive el castigo de la reclusión durante muchos años, y tiene un plazo de cinco días para vengarse. Lo interesante del asunto no es descifrar a su víctima, en este caso Lee Woo-jin (interpretado por Yu Ji-tae), sino saber los motivos de su encierro. La trama mantiene en vilo al auditorio con el alto impacto visual, pero también con la zozobra de saber porqué un hombre tiene que ser castigado tanto tiempo, y más aún, porqué se le libera, cuando una venganza práctica es un asesinato frío y lleno de odio. Y más adelante el obstáculo de un vengador que no puede ejecutar su revancha, pues la de su captor es más cruel y efectiva. Un guión de aplaudir que envuelve otra vez el tema del arraigo familiar, el incesto y obviamente, el odio germinado a partir de la ingenuidad rota por la violencia.



Min Sik Choi es Oldboy

Aquí la sensación de encierro es compasiva con el protagonista, pero también causa exasperación de saberlo prisionero tanto tiempo. Tiempo, tiempo... la palabra que también tiene un peso fuerte en la intriga, el tiempo necesario para ejecutar una venganza perfecta, el tiempo inflexible que agota las energías, el tiempo que se desvanece cuando se tiene un plazo fijo para cumplir una tarea, el tiempo traidor que juega con los recuerdos y los retuerce... Pero esta vez el aislamiento desvanece todo ápice de miedo, la ingenuidad se hace mórbida, la venganza tiene como consigna la verdad.


Continúa el tratamiento descarnado de la violencia, pero en Oldboy los recursos de la sangre parecen no tener límites, sólo hay que recordar los poco sutiles 'tratamientos odontólogicos' de martillo en primerísimos primeros planos, una lengua que no le huye a la tijera y quiere recibir un castigo ejemplar o el combate furioso entre Oh Dae Su y Mr. Han que acaba con toda la dirección de arte propuesta para el glamoroso apartamento de Woo-jin. Pero, entre tanto hilo de glóbulos rojos que decoran paredes y armas, hay un tono de exquisitez visual por parte del director que hace ver las muertes de un modo más 'performance', en compañía de unos violines de tonos urbanos, a veces solemnes, a veces tortuosos, que aplauden el maltrato con sobriedad.


Y no faltan escenas memorables: Toda la trama del encierro en el cuarto con los gases, el entrenamiento imaginario, la compañía triste de un televisor y el envejecemiento vertiginoso de Dae Su, en complicidad con muy buenos recursos de post producción (por ejemplo, las hormigas que salen de su cuerpo); la secuencia de la pelea en el pasillo, el protagonista sólo contra medio Corea del Sur en una interminable batalla de bates, garrotes, cuchillos y martillos con una cámara sobre un riel que quiere convertir este tropel de pasillo en un pasaje épico; o la búsqueda de la verdadera razón de la venganza en el colegio, las escaleras, los blancos estallados, los personajes que alternan roles entre el pasado y el presente (otra vez el juego del tiempo) y la llegada al clímax con el descubrimiento incestuoso. Quedamos cortos en comentarios sobre varias escenas, pues visualmente no hay nada que hacer, es atractiva de pies a cabeza.


Y algo que destacan los orientales es el don de la prudencia. La represalia se desata a partir de un comentario suelto que desemboca en la muerte de una chica sin desearlo voluntariamente, y en esta ocasión el principal motivo de la venganza es la insensatez de la lengua, lengua que finalmente recibirá su penitencia más dura, el silencio por el resto de su existencia, en un final que es absolutamente concluyente y donde el vengador se ve obligado a figurar como el culpable, pagando con mutismo eterno.


Sólo queda una inconsistencia, ¿Porqué Dae Su nunca busca a la familia que dejó años atrás? ¿Demasiados gases en el cuarto? ¿Demasiada sed de venganza? No es sabido aún. Sin embargo, al guión se le perdona el impasse y el recurso de un desquite mediante el incesto es categórico, y más aún, cuando el incesto es el origen de la represalia. Incesto por incesto, ojo por ojo...


Finalmente, Park quiere recalcar una sentencia que suena un poco coloquial, pero a final de cuentas es muy realista, y se convierte en frase leitmotiv durante el largo: "Ríe y el mundo reírá contigo. Llora, y llorarás sólo".



Oldboy fue el motivo principal de Chan para finalizar este tema con una tercera película, tal vez la más hermosa de las tres visualmente hablando, Simpatía por Lady Venganza (2005), donde prevalece el odio como punto de partida para ejecutar su resarcimiento emocional y nos relata la historia de una mujer que es condenada a prisión por un asesinato del que es inocente, y cuando sale inicia la búsqueda del verdadero asesino para vengarse, y de su hija a quien había abandonado de brazos mientras cumplía su pena. Sin tener un guión tan atrayente como Oldboy, o tan introspectivo como el de Mr. Venganza, esta tercera muestra atrae más por su propuesta visual que por su misma narración, donde se mezclan flashbacks con imágenes del presente y la fuerza la captan los pasajes de la cárcel y el episodio final donde se consuma la venganza en comunidad.


La hermosa y triste vengadora Geum Ja

El blanco, el negro y los tonos fríos son predominantes en la cinta, ambientes cromáticos que crean el contraste entre el bien y el mal, de nuevo como en las anteriores entregas fílmicas la perversión germinada a partir del odio, la bondad que se transfigura en resentimiento puro, una mujer inocente y bella que termina siendo una fría y calculadora vengadora (Geum Ja, interpretada de forma magistral por Lee Young-ae) y que, a medida que se va desentramando el relato, va perdiendo su color original -full color- y finaliza en un blanco y negro total, con una técnica magnífica donde una vez más Chan Wook Park es motivo de aplausos. El colorido de la vida se transforma en un frío deseo de revancha, de insensibilidad majestuosa ambientada por la nieve y el escenario de un colegio abandonado para confrontar una venganza esperada por años. El color tiene mucho valor, más que en las películas anteriores, además del método fade to black and white sobresale la dirección de arte con parajes lúgubres y locaciones perfectas para la nevada, el maquillaje de Geum Ja, pálido como sus sentimientos, con un poco de delineación roja donde su deseo de sangre vengadora se hace visible de forma sutil. De las tres, es la más sofisticada en el tratamiento del color.


Los elementos visuales siguen siendo el deleite de este tercer título, con transiciones empleadas en graficación, pasos de tiempo y espacio geniales como el del sueño en el cuarto, a ella en la nieve arrastrando a su víctima, o desde su libertad, a las rojas rejas de prisión, entre otros chispazos de ingenio visual (reitero la progresiva desaturación del color), encuadres grandilocuentes, justificaciones de rostro en los planos, y la aparición creativa de los créditos de las prisioneras con el año y tiempo de pena. Además, un acompañamiento de sonidos de cuerdas y algo sinfónicos en varios pasajes del film que resaltan la belleza de Geum Ja y su lento deseo de consumar su vendetta, barrocos ejemplares provenientes de la cabeza del compositor Yeong-wook Cho, con algún patrocinio del violinista Vivaldi.


A diferencia de los protagonistas de las pasadas entregas, Geum Ja se toma su venganza como un asunto más social, y convoca a una serie de padres que sufrieron la suerte de perder a sus hijos asesinados por el mismo victimario que perjudicó el camino de esta mujer, esta vez el asunto es algo mancomunado y se hace sin prisa, como un concurso, con protocolos, con pasos a seguir, en una escena que no es explícita con las armas (otra gran diferencia, aquí la sangre no es tan escandalosa), más si es muy expresiva en los rostros de los personajes, en la sensación que causa asesinar por primera vez, por dolor, por pena, por vacío. Como saben hacer los buenos directores, en esta ocasión Park no debe ser explícito para crear la atmósfera, el clímax lo causa el estado de los sujetos, sus rostros impotentes, sollozantes, rabiosos o ahogados en pesadumbre.



La surrealista escena de Lady Vengeance y su trineo

Escenas memorables para guardar, todo el segmento final con su parafernalia de novela, más que por la trama, es por la dirección de arte y de actores, el blanco y negro que aparece lentamente y los rostros tan dicientes de los padres de familia, que al ver los videos snuff de sus hijos en plena tortura, no puede causar otra sensación que la de pesar rabioso; el sueño en la nieve, la dama vengadora cargando como trineo al objeto de su odio (Baek, una vez más Choi Min Sik, en esta ocasión en el papel antagónico); o el encuentro final de la protagonista con el niño que nunca mató, Won Mo, y al que esperaba tener en frente después de haber rescatado a su hija. Más que las escenas como tal, es el enlace contemplativo y el impactante proceso del color el que causa recordación inmediata.


La belleza de Geum Ja, angelical y límpida, contrasta con su odio interior, su propósito de represalia, pero también guarda culpa, y como en Oldboy con Oh Dae Su al final, se denota ese sentimiento a lo largo del film, y debe buscar un modo de enmendar el error, la venganza se efectúa para redimir los errores del pasado. Otra vez despierta simpatía en el público. ¿Cómo es posible que una venganza se vuelva simpática? Hay que preguntarle a Chan Wook Park.


La comitiva vengadora del 2005


Tres exposiciones de violencia justificada por el odio del prójimo, por el romper lazos familiares, por destruir todo indicio de amor, que fueron ambientadas de forma soberbia por este filósofo y crítico de arte coreano que sin buscarlo, dio con el chance de expresar el desprecio a través de distintos matices y circunstancias, de resaltar el vacío que queda después de la revancha, un alivio pasajero que no devolverá al ser querido, y de mezclar exitosamente imágenes de violencia brutal de sangre chorreante y caliente con educados encuadres y propuestas visuales majestuosas que le han dado un catálogo de autor particular en su planteamiento cinematográfico, tripas y refinación, odio y amor, violencia descarnada y melancolía primorosa, toda una ambigüedad que condensa el trabajo de esta Venganza que viene de modo triple.