30 nov 2011

COLDPLAY - A RUSH OF BLOOD TO THE HEAD


Del intimista paisaje al pop vivaz y pegajoso. Los rumbos que emprendió Coldplay con su segunda cita discográfica llegaron al éxito voraz y categórico, arrastrando con números insignes en listas pop en un intento digno de desplazar el sonido mainstream que reinaba con las voces femeninas de Avril Lavigne y Christina Aguilera, en un 2002 que abriría la brecha para el grupo de Chris Martin como dominante a nivel global en emisoras, discotiendas y listas. A partir de su segundo trabajo, A Rush of Blood to the Head, Coldplay se hizo un espacio como uno de los conjuntos más importantes de la primera década del siglo XXI.

Una banda que se hizo conocer por su dulzura intimista y sus susurros envolventes quiso sacudir por instantes ese aire de banda de auditorio y entregarse a una sonoridad más acorde con los grandes escenarios. Las grabaciones del segundo LP comenzaron por la misma época del trágico suceso del 11 de septiembre e influyeron en algunas letras del grupo, que se encontraron entre la desesperanza y el optimismo. La voz de Chris Martin mantuvo su murmullo en falsete que le hizo conocido y su piano conservó el aire de solemnidad romántica de su primer trabajo Parachutes, pero la muerte, la guerra y el amor no correspondido le dieron ese toque menos idílico a las líricas y una aspereza pop que estremeció la tersura original de Coldplay y lo endureció con resonancias más vivas y coros hinchados de electricidad.

Amsterdam by Coldplay on Grooveshark

En conjunto escribieron más de 20 canciones para el álbum, la mayoría trabajadas 'por impulso' como lo definió el título del mismo. Aquella prolífica dosis de espontaneidad en textos y melodías les representó un triunfo explosivo en su carrera con ventas aproximadas a los 13 millones de copias en todo el orbe, Grammys como mejor álbum de Rock Alternativo en 2003 y Grabación del Año en 2004 por el tema "Clocks". Esa llegada de sangre musical a la cabeza los puso en las esferas del estrellato melódico y les dio calle libre para un irrebatible recorrido de notoriedad en toda la década. Guardando las proporciones, la banda londinense podría ser el arrasante U2 del siglo actual. Sólo el tiempo dirá.

 Parlophone fue la casa disquera que les patrocinó la sobriedad vívida a los Coldplay. La batería de Will Champion sería la primera en destaparse en radios con un temple fortalecido bajo una base sencilla de pop, "In my Place" fue el primer sencillo de A Rush of Blood to the Head, simpleza dulce con animosidad, sinónimo de éxito, N. 2 en Gran Bretaña y una fórmula que nunca pierde, hablar de las contrariedades del amor, 'If you leaving me down here on my own/ Then I'll wait for you'. Un tema que se insiste con tonos de esperanza y arrepentimiento en su segundo single "The Scientist" donde se busca regresar al comienzo para iniciar con reset un nuevo ciclo amoroso, y que se logra interpretar magistralmente de manera audiovisual con un videoclip montado totalmente en reversa, el paso de la tragedia a la sonrisa con velocidades invertidas y la letra de la pieza cantada al revés por Martin. Un pequeño homenaje al Parachutes con ese 'Let's go back to the start' y el recorderis de un piano sobrecogedor y una voz íntima y penitente que ruega por mantenerse en el corazón de su audiencia.

La vida le sonríe a los cuatro de Londres. Coldplay triunfa con su segundo LP

Sin embargo, la diferencia con su primer álbum se encuentra en temas con calibres resonantes y cuestionamientos interiores. La canción de apertura es un llamado religioso a la paz después de tanto cemento sangriento del 9-11, aquel "Politik" es un ruido lastimero que alterna la desesperación melódica con versos de voz solitaria y clama por una certidumbre más luminosa, 'Give me peace of mind an trust/ Don't forget the rest of us'. La lentitud acústica inicial de "A Rush of Blood to the Head" parece provenir del Parachutes, pero al explotar se consolida con la fuerza de su sonido 2002 y crece con unas líricas que hablan sobre impulsos, motivaciones y sacrificio, 'You said I'm gonna buy a gun and start a war/If you can tell me something worth fighting for'.

La búsqueda por extraer estilos nuevos sin perder su identidad musical les lleva a revivir algunos momentos guitarreros del rock sesentero con cierto aire de desespero. Las guitarras de Jon Buckland lo confirman en canciones como "A Whisper" que contrario al título del tema, dejan de ser susurros para convertirse en clamores impacientes con muchos sobresaltos, enérgicos y bien alimentados entre riffs y arpegios. Ese dinamismo contagia los demás instrumentos, el piano adquiere un aire de grandeza con su imponente tonada de "Clocks", que destroza los minutos y segundos con armonía vertiginosa, ágil y diáfana que le valió el Grammy a Grabación del Año luego de retumbar como tercer single del álbum en todas las radios del orbe. Hoy día es una de las piezas emblemáticas del grupo y hasta la gente de Buenavista Social Club se valió del célebre arpegio de teclas para sazonarlas con sabor latino.


El rock de Coldplay adquiere variantes interesantes con tonos que combinan la lucidez optimista y la astucia oscura. "Daylight" cuenta con esa particularidad melódica, con los fraseos prolongados de Chris Martin, el bajo de película de Guy Berryman y el piano repetitivo y expectante, que busca salidas emocionales a una luz posible. Ese aire de suspenso cinematográfico se corrobora en su gran y subestimado single "God Put a Smile Upon your Face", combinación eficaz de cuerdas acústicas y eléctricas que van creciendo gradualmente hasta llegar a un clímax en los coros y enredar en una telaraña bien elaborada al oído; una canción sustentada por un videoclip en el que un hombre de negocios ve desaparecer lentamente su cuerpo y que se acopla con las estrofas del tema cuestionando el futuro 'Where do we go nobody knows', 'Where do I go to fall from grace'.

Pero el lado blando y afectuoso de sus primeras andanzas no es fácil de abandonar, y el discurso de la ternura debe permanecer en varios tracks. "Green Eyes" es caramelo acústico de ojos verdes con todo el sabor de su anterior LP, idilio que se resuelve a halagar a la chica de luceros esperanzadores; "Warning Sign" es un reposado tema de ejecución suave con tono de arrepentimiento, ruego envuelto en dulce; finalmente, el tema de cierre es un despropósito en el título,"Amsterdam" no se refiere a la capital holandesa en ningún pasaje -sólo que Martin compuso la canción allí-, y su objetivo es intimar con el piano una voz de último aliento, levantarse de nuevo y ver la salida para continuar después de tanto desastre, 'And I know Im'm dead on the surface/But I am screaming underneath'. El manifiesto final de un Coldplay que desde allí pondría de manifiesto su alto activismo social y político.



Diseños noruegos, Sølve Sundsbø y sus aportes para los singles "Clocks" y "In my place"

Dulce pero consistente. Blando pero encantador. La segunda experiencia de Coldplay en estudio les dio armonías más vigorosas y con acercamientos menos tímidos al rock and roll, sin dejar de lado su esencia de 'rock suave' y sus temáticas concentradas en las dichas y penas de corazón. El aire de desolación del suceso 9-11 despertó un aspecto de lamento y solemnidad en algunas líricas del disco e impregnó de madurez y participación al recorrido de la banda. A Rush of Blood to the Head es la cota más alta en el período de Ken Nelson como productor del grupo (intervino también en Parachutes y X&Y) y dejó este trabajo estampado como uno de los más célebres de la década 2000, donde la melosidad se fabricó con cabeza fría y el caos melódico se domesticó con armonía.

18 nov 2011

TOCANDO LAS PUERTAS DE OLIVER STONE


Exceso hasta la saciedad. Un verdadero recorrido por las cimas y las simas, los chamanismos y las irrealidades poéticas con mucho vértigo se trajo el filme de 1991 de Oliver Stone The Doors, haciendo un homenaje al Rey Lagarto, que resultó siendo una visión oscura y retorcida del héroe de la poesía sin hilo, del símbolo sexual que se lamentaba por tener más magnetismo con su inquieto falo que con su cerebro refulgente. Opiniones divididas y un misticismo ebrio y alucinado expone el director neoyorquino, quien inevitablemente no deja de tener una fijación por la época de Vietnam y su experiencia como soldado en ese tristemente célebre conflicto. Se abren las puertas de la percepción de Oliver Stone.


Oliver Stone en medio de unas Puertas trastornadas

La idea de desarrollar la agitada vida de Jim Morrison en celuloide proviene desde los minutos vietnamitas de fusil y napalm, en los que Stone eludía su rol bélico con el refugio musical de las tonadas de The Doors. Las canciones se hicieron imágenes en la mente del militar y produjeron un guión borrador llamado Break -que más adelante sentaría las bases de su exitoso Platoon (1986)- y del que se hizo una copia de envío al propio Morrison para que fuera protagonista, pero jamás fue exitosa la conexión entre el músico y el incipiente director y guionista.

"Cuando las puertas de la percepción sean eliminadas las cosas aparecerán como son en realidad" es la cita clave de William Blake para bautizar al grupo y marcar el camino de una absoluta libertad creativa y desarrollo como grupo sui generis de la época. El colorido paseo de flores, ácidos y sexo liberador en los sesentas fue motivo de un uso dominante de las angulaciones de cámara, la grúa y el steadycam como herramientas de exposición al delirio, alucinaciones visuales de colores tierra que se desplazan entre el urbanismo de San Francisco, la playa californiana y los desiertos olorosos a peyote e histeria mística. Es precisamente el tema chamánico una obsesión tanto de Morrison como de Stone, el vocalista se envolvía en los recuerdos de infancia y la supuesta posesión del espíritu de un navajo en su cuerpo, y el director desahogándose con rituales y traumas tribalistas en The Doors y Natural Born Killers.

Más similares no se puede: Kilmer y Morrison

Val Kilmer es un actor con ascendencia cherokee que vivió con sus abuelos en Nuevo México. El perfecto intérprete de la urbanidad primitiva, de lo ancestral y lo psicodélico, con una preparación de seis meses para el rol y con la interpretación de 15 canciones del reparto del filme bajo el sello de su garganta, el Jim Morrison de los noventas. Y el más destacado en actuaciones, que contó con el coprotagónico de Meg Ryan saliendo del papel de cómica romántica y caminando por las cuerdas del éxtasis y la enajenación en una aceptable encarnación de Pam, la pareja oficial de Jim. Intervinieron con pequeños papeles figuras de la música como Billy Idol, Eagle Eye Cherry, Eric Burdon, el mismo baterista de los Doors John Densmore interpretando un ingeniero de sonido, y Paula Abdul como coreógrafa de los desmanes místicos de tarima de Jim Morrison. Mucho músico haciendo melodías escénicas para recrear el Jim de Oliver.

Un poeta frustrado por ser símbolo sexual

Más que poesía, es música. Más que música, es exceso. Casi ninguna de las canciones se salva del alcohol y las sustancias, del sexo en despilfarro y de las alucinaciones indígenas. Oliver abandona las inspiraciones delicadas y se entrega a las abyecciones y libertinajes de hígado, hocico y pene, los versos intrincados de Morrison se refunden en una licuadora de excesos, haciéndola un filme de intestinos agitados y de colores beodos, de conciertos multitudinarios que se revientan de amor libre y hogueras aborígenes, de pavos despedazados en viajes ácidos que claman por la muerte próxima, de pócimas de sangre que celebran bodas oscuras y de una ausencia sensible de la esfera romántica y más lúcida del Jim real. Lo que conllevó a un rechazo casi generalizado de los cercanos a Morrison cuando vieron el filme en las pantallas, el teclista Ray Manzarek objetando con sutiles improperios el guión y el tratamiento del personaje, un Rey Lagarto con la piel árida de tanto excederse.

'Creo en un largo y prolongado trastorno de los sentidos para llegar a lo desconocido'. Un retrato del frontman de The Doors que se describe en esa frase. Y que se desenvuelve con absoluto desparpajo irracional durante el último lustro de los sesentas donde esta vez Stone atina a recrear la atmósfera de la época: El flower-power convulsionado de hippies callejeros, desnudos sin pudor y aperturas mentales con LSD, o la remembranza del bullicioso y respetable Whisky A Go Go de California. En conjunto vienen un par de marcas registradas de la filmografía del hombre de Platoon, el continuo uso de los televisores que registran hechos históricos y complementan las noticias -interesante el juego del incendio de Detroit con "Light my fire" en el show de Ed Sullivan-, y los estrados, uno de esos lugares donde pareciera que Stone cuelga la ropa pues ama las querellas, los trajes de fiscales y los martillos condenatorios. En esta ocasión la obscenidad es el tema a juzgar, una lengua glande causante de sentencias.

Cuatro mosqueteros de la psicodelia, The Doors en viaje de peyote


La música, la causa y la solución a todos los problemas del film. Sin ser consistente en el relato y dejarse llevar por la estampa drogadicta y esquizoide de Morrison, el desfile de canciones de The Doors es un placer chocante, especialmente el segmento de excitación pirómana en "Not to Touch the Earth", o el lento y desafiante paso del peyote desértico al humeante Whisky A Go Go en "The End". La ayuda del teclado de Manzarek con sonidos de bajo provoca el paroxismo psicodélico y las emanaciones que producen guitarra y batería son rituales a ritmo de rock and roll. Las contribuciones anexas vienen de la camada neoyorquina de Velvet Underground con el magnífico "Venus in furs" y "Heroin" patrocinados por los labios traviesos de la teutona Nico; la segunda es el clásico fragmento del Carmina Burana "O Fortuna" que recrea la lujuria negra del romance de Morrison con la periodista Patricia Keanelly.




Si abrimos las puertas del mundo del Morrison real, hay un galanteo con el espíritu sensible y protector del poeta, con viajes ácidos benignos que producen paz y las convulsiones en escena son más amigables y no tan catastróficas. Pero las puertas de Oliver Stone se resquebrajan en un terremoto tóxico de controversiales apariciones en público -la palabra controversia le produce gozo-, fama atropellada por los sudores psicotrópicos, escenarios de disfunción eréctil y desgaste en levantamiento de falo, y un constante baile que invoca los ancestros indígenas. The Doors es un videoclip de algo más de dos horas donde el héroe es sofocado por su fama y se consume en un vómito de exceso que no deja ver su lado más iluminado. Es el lado oscuro de la fuerza, la faceta errática y voluptuosa del Rey Lagarto, es el tributo a su desgaste incomprendido. No obstante no deja de ser atrayente la propuesta visual, el montaje astuto, las actuaciones destacadas -especialmente de Kilmer- y claro, la música, la pieza del engranaje que nos permite tener un viaje más plácido por toda esta zona de vértigo. Mucha gente no quiere volver a tocas las Puertas de Oliver Stone, pero sin duda, lograron hacer mucho toc toc en la época.