21 ago 2012

CUANDO LA VIDA CHOCÓ


La lluvia y el olvido hacen estruendo y construyen memoria gracias al esfuerzo diligente de la primera cinta de Jhonny Hendrix como director, quien sacó a relucir todo el sentir del color ébano en Chocó. No es pornomiseria, no es costumbrismo arraigado ni es una cinta de dramatismo lacrimoso, es un retrato personal que logra cubrir la universalidad de uno de los departamentos más lluviosos del planeta, en permanente estado de aislamiento por parte del Estado, pero con una profunda riqueza natural y cultural que vale la pena rescatar.

Jhonny Hendrix, envuelto en Chocó
Una trama sencilla, sin mayores pretensiones o enredijos, logra cobijar varios aspectos sociológicos de la región, sin entrar en un conflicto político resentido o en teledramas familiares exagerados. El exotismo geográfico, la música, la minería, el machismo, el optimismo mojado de amarguras y hasta la invasión paisa son referentes periféricos que enriquecen el dibujo que se va construyendo a lo largo del relato afro. Que sucede cuando la vida Chocó.

Chocó es una mujer, emprendedora, incansable y sumisa con su marido que lucha por un bienestar en unas condiciones económicas difíciles, bajo el abrigo del río y la necesidad de explotar los minerales para su subsistencia. Su objetivo es poder celebrarle el cumpleaños a su hija menor con una torta grande y digna, costosa para sus alcances, pero necesaria para satisfacer las sonrisas de un hogar marcado por la carencia. Un departamento colombiano encarnado en una fémina, con ilusiones, sonrisas, tradiciones y creencias religiosas, maltratado por la mano del hombre -el negro, el paisa, el minero-, que no olvida su arraigo ancestral, que es optimista en medio del charco gris y que, en medio de la aceptación de una vida que tiene el agobio de la privación, respira hondo y se sumerge en el sueño de la emancipación que la libere del enorme peso de su historia.

Optimismo pacífico de Chocó.

Hendrix no se vale de muchos aderezos para exhibir su producto. La contemplación es la consigna de la cámara. Planos fijos, generales, sosegados. Secuencias de acción largas que observan cotidianidades del interior del Pacífico, juegos interminables de dominó, la naturaleza selvática que se quiere liberar buscando el río, luego el Oceáno, la tierra que es violada por la fiebre mineral, una casa minúscula que esconde la grandeza del espíritu. Así mismo, el sonido es atmósfera ambiental que va ubicando al espectador en el espectro de las aguas de un San Juan, de un Atrato, de los posibles Lloró, Tadó o Condoto. Donde la marimba juguetea con la lluvia y los insectos húmedos se refunden entre los artefactos ávidos de platino y oro.

Como es la costumbre en las películas 'étnicas' que han surgido en la nueva ola del cine colombiano -estilo Los Viajes del Viento o El Vuelco del Cangrejo- no pueden faltar los apuntes que enmarquen una pequeña sociedad  llena de costumbres propias: Los hermosos cantos fúnebres del inicio, el marcado machismo retrógrado de los pueblos alejados, la invasión mercantil paisa -que no sólo sucede en el Chocó-, la etnoeducación afro donde primero se enseña lo local, las conversaciones y los modos de las mujeres chocoanas con sus novelas de chisme, fantochería y dichos locales, y la dicotomía entre la gran industria que explota la tierra como violadora impía, y la minería artesanal, con la caricia de la  mano trabajadora.
Un departamento hecho mujer.
Karent Hinestroza (El Vuelco del Cangrejo), encarna la lucha, el maltrato, la búsqueda, el agobio, la religión y la reflexión. Su caracterización no exagera, con naturalidad fluye el  personaje de Chocó, que se destaca sobre los demás. Sus dos hijos cuentan con aquella picardía infantil que viene de la raza negra -aunque su dicción es difícil de captar-. Su esposo logra el objetivo de causar antipatía con su conducta holgazana y machista, apenas remediada con su talento en la marimba de chonta. Y Fabio Restrepo (Sumas y Restas, Satanás) va consolidando su lugar como rostro del cine local, esta vez interpretando a un tendero paisa, oportunista y dominante. Otro personaje que vale la pena rescatar es la figura de don Américo, el minero artesanal, que sin hacer gala de grandes dotes de actor natural tiene bajo la manga unas líneas de guión contundentes, reflexiones sobre la tierra, la vida y el matrimonio.



 Muchos aspectos de la realidad chocoana son paisajes de la película, es un recorrido complementario a aquella ficción que no lo parece tanto. Excepto un par de toques de chirimía, alguna presencia más poderosa del pescado y el viche, y la falta de presencia indígena -hay que recordar estas minorías poblacionales en el departamento-, el concierto etnográfico quedaría completo. Pero Chocó es una ópera prima absolutamente digna, que se va enriqueciendo con los minutos y que exalta los valores de una cultura golpeada por la falta de memoria estatal y de una tierra que, aunque ultrajada por la avaricia, no deja de ofrecer el amable tono de la lluvia cantaora y el idilio ancestral afro.