25 mar 2012

R.E.M. - DOCUMENT



Gritos de independencia desbocada y un flujo constante de bandas alternativas fue la impresión general en los circuitos rockeros de finales de los ochenta en los Estados Unidos. El grunge ya comenzaba a matizarse despacio con las influencias de Soundgarden y Pixies, y las emisoras universitarias y algunas ondas piratas contribuían a la difusión masiva de nuevas bandas y promoción de conciertos. En una era de conservadurismo político y el inicio de las secuelas rebeldes del punk, la melancolía alternativa tenía nombre propio y un discurso por revelar: R.E.M. era el cuarteto a exponer el documento más contundente de 1987 en las esferas independientes.

Fue su quinto y último manifiesto con la disquera I.R.S. que había obtenido éxito paralelo con Belinda Carlisle y Fine Young Cannibals. Luego de un recorrido discográfico que caminó entre los lúgubres lirismos, los arpegios mitológicos y algunos espontáneos ataques de alegría, decidieron enmarcar su sonido en tonos más accesibles para la radio comercial, pero sin perder jamás su libertad creativa y su criterio como banda independiente. Lifes Rich Pageant (1986) había moldeado sus primeros idilios pop, pero necesitaba de una diatriba política más punzante en las letras y de un contacto rugoso con unas guitarras y un bajo menos condescendientes. La solución la tuvo Document.


Ellos no sabían que iban a firmar un Document tan famoso

El llamado a la producción del LP fue Scott Litt, quien tuvo unos aportes tan acordes a la visión del grupo, que los acompañaría durante el tramo más exitoso de publicaciones de R.E.M. en los noventas. Contribuyó a enaltecer los gemidos melancólicos de Michael Stipe y destacarlo sobre los instrumentos, a combinar muy bien la fórmula del arpegio acústico y eléctrico bajo la mano derecha inquieta de Peter Buck y a ensamblar una fórmula que incluía influencias del folk, salpicaduras pequeñas de punk y la entrada a las puertas del rock alternativo desde Athens, Georgia, para el mundo.

Directo, incendiario, sólido. Disertaciones líricas cansadas de una era Reagan que agobiaba con sus políticas de ocupación, su caza anticomunista y su mano dura con los sindicatos. Stipe y los muchachos se sentían de alguna forma acosados por un fantasma macarthista y fundieron en Fuego su consigna cantada. Fue precisamente la palabra 'Fire' el estandarte conceptual de Document, que en conjunto con su sonido limpio pero no tan fácil de descifrar, se llevó un disco de platino, figuraciones en Billboard y el respeto de dos audiencias distintas, la antigua universitaria que aún admiraba su posición autónoma, y la radial que descubría una nueva melodía que los iba cautivar de a poco.




Su respeto por el proletariado y su repudio por el abuso laboral se hace sentir en la apertura del Document con el fuego abrasador de "Finest Worksong", una incandescente declaración de rock alternativo con coros gritados al mejor estilo de las huelgas a viva voz y una vigorosa batería de Bill Berry, émulo de herramientas obreras que aportan el propósito de reorganizar las cosas, de ordenar las verdades 'What we want and what we need has been confused'. La liberadora canción fue el tercer single del álbum pero apenas tocó las puertas en Inglaterra en un modesto puesto 50. Con un aire musical más sosegado pero no menos airado en las letras, R.E.M. sigue causando molestias con el llamado a la anarquía en "Disturbance at the Heron House" sin muchos incendios melódicos, pero con murmullos a un desgobierno y buscando a aquellos 'Followers of chaos out of control'. Desde allí comienzan a hacerse insignes los arpegios característicos de Peter Buck, uno de los grandes ejecutores de mano derecha en guitarra.

El memorial político no descansa en la cara A del álbum. La guitarra de Buck logra crear una empatía solemne con el bajo de Mike Mills en "Welcome to the Occupation", un severo lamento de rock suntuoso que critica los desafueros intervencionistas del país del tío Sam con las gracias del entonces presidente Reagan, 'Hang your collar up inside/Hang your dollar on me'. La cruzada lírica en contra del régimen continúa con ese desparpajo de "Exhuming McCarthy", acentuando los excesos republicanos y la indiscriminada caza anticomunista, 'Enemy sighted, enemy met/ I'm adressing the realpolitik'. Con extractos discursivos en audio del mismo Joseph McCarthy y un divertido rock and roll galante con el funk, un sub-coro preapocalíptico urge por un cambio, 'It's a sign for the times'. R.E.M. no respeta cadáveres políticos y ventila toda posibilidad de represión.





Las bolas de fuego se van armando conforme pasa el transcurrir del disco. Con rapidez abrasiva retoman el tema "Strange" original de Wire y lo transmutan en un efectivo rock and roll que puede predecir el comienzo del fin, o el llamado de los nuevos tiempos. De todos modos, a ellos ni les interesa si el mundo se abre en dos, tal como lo describe la divertida y cataclísmica "It's the end of the World as we know it (and I feel fine)"; Stipe toma todo el oxígeno de las plantas para desmoronarse en un fraseo desafiante que recuerda los tiempos de un John Lennon diciendo "I am the Walrus" y en la inspiración misma del grupo con el "Subterranean Homesick Blues" de Bob Dylan. Un rock bien elaborado que parece desempolvar el punk y darle un aire más presentable, canción obligada en todos sus conciertos después de publicarse como segundo single de su trabajo -N 69 en USA, N 39 en UK- un disfrute caótico que sigue llenando el álbum de fuego, terrremotos, escombros y un final de fatalismo hilarante.

Fuego. Esa combustión martilla todo el álbum sin excepción, hasta en la única canción que podría hablar sobre el amor. O el desamor. El tema más memorable en las listas ochenteras de R.E.M. no para de gritar en su coro 'Fiiiireeeeeeeeeee' incendiando con falsas esperanzas a una audiencia
que esperaba una respuesta a todas las dedicatorias que otorgó el dial de la época, pieza perfecta para engañar enamorados. "The One I love" es una canción de displicencia idílica, donde el amor es algo irrelevante, 'This one goes out to the one I love/A simple prop to occupy my time'. Ese engaño abusivo que se burla con destreza de Cupido fue la carta abierta a la popularidad masiva, un primer sencillo exitoso que tocó el Top Ten en EEUU (N 9) y llegó hasta la posición 16 en Reino Unido, enamoró a miles de oyentes y los engañó con el mismo desparpajo alternativo que llevaba la banda consigo. Otra pieza obligada en conciertos.

Pero luego de su faceta más abordable, Buck, Berry, Mills y Stipe regresan a su lado oscuro y libre, sin pretensiones mayores que darse sus licencias creativas. "Fireplace" es un corte sincopado que evita cualquier postura mainstream y tiene como plus un saxo inquieto interpretado por Steve Berlin, que hace la canción aún más extraña, sectaria, alienada, contribuyente a hacer de cualquier lugar una conflagración ritual. Luego viene su descarga más alternativa, su sonido más ajeno de opiniones ambiguas, ese "Lightnin' Hopkins" estridente y sabroso que golpea la sensibilidad arpegiada de los seguidores radicales del grupo, tema despierto y agresivo que parece haber tenido la intervención de los Chili Peppers y los Jane's Addiction en algunos de sus acordes, Bill Berry castigando los tambores al mejor estilo pre-noventero.

Lightnin' Hopkins by R.E.M. on Grooveshark


Pero las liberaciones melódicas no paran allí. Una percusión marcial acompaña cierto misticismo de folk sesentero en la enigmática "King of Birds", donde los dedos pródigos de Berry se despojan de la electricidad para darle paso a una acústica de cuerdas de dulcimer con sabor de fábula y aires evocadores en medio de un paisaje alegórico, panderetas de otros tiempos y las letras extrañas que siempre Michael Stipe ha amado revolcar desde su faringe. El cierre del álbum lo tiene la atmósfera post-punk de "Oddfellows Local 151", lentitud inquietante con brumas amenazantes y un fuego abstracto que termina de consumir todas las canciones de este Documento. Si se quiere apreciar el lado más esquizoide de la banda, se pueden buscar extractos de conciertos ochenteros con la interpretación de este desahogo de ron y guitarras metálicas, otro abono más a las variadas inventivas de los muchachos de Georgia.


Portada de su preapocalíptico single. De moda por estos días...


Tanto calor discursivo causó sudores colectivos para el beneplácito de los oyentes. El fuego conceptual de R.E.M. caló durante el resto de la década de los ochentas y daría paso a nuevas y exitosas contribuciones al público como Green, Out of Time y Automatic for the People. El disco de platino, el efectivo engaño amoroso de "The One I love", el nuevo fichaje del conjunto para el sello Warner y la aceptación en la radio mainstream movieron las entrañas del formato de la banda de Athens. Para bien al parecer. Lo cierto, es que los muchachos de la independencia absoluta ya no serían los mismos después de haber firmado este Document.


9 mar 2012

EL CANTO LASTIMERO DE PORFIRIO


Cotidianidad convertida en lenta desesperanza. Las historias heroicas y las acciones de noticiero pasan a un segundo plano cuando comenzamos a escudriñar un diario vivir marcado por un profundo sentimiento de impotencia. La historia del filme de Alejandro Landes nos invita a ver la tensión pausada de un personaje en situación de discapacidad, quien sufre la adversidad de ver pasar los días iguales y no lograr cambiar sus soles para mejor ventura. Tal vez cualquier persona en silla de ruedas podría sufrir estos rigores de la rutina y ser protagonista de este relato, de no ser porque este héroe proviene de un inusual secuestro de un avión para poder hablar con el presidente y plantear sus exigencias. Un hombre que sale desde los límites de la selva con el ladrillo para hablarle al mundo de su condición de quietud desesperada.


Landes posa con la cicatriz que le da la vuelta al mundo

Porfirio Ramírez es tolimense, pero reside en Florencia, Caquetá. Un fuego cruzado de la guerra en Colombia impide que sus piernas se muevan y su vida ahora solo puede girar a través de las ruedas de su silla. Cuenta con una compañía irregular de su hijo, su compañera sentimental y su perro, en una casa triste de tonos uniformes que se pierde en el vacío del aburrimiento. Los minutos vendidos de charlas ajenas a través de su celular de oídos ambulantes le ayudan a matar el tiempo y el hambre. Ha esperado por un buen lapso una indemnización del gobierno como víctima del conflicto, pero la espera cada vez es más prolongada. Entonces, toma la decisión de llamar la atención. Un par de granadas amenazantes dentro de un avión serán suficientes para hacerlo célebre como el aeropirata aquel septiembre de 2005, donde su voz clamó desde los aires para hacer valer sus derechos en la tierra.

Porfirio no es espectacular. No tiene explosiones ni acción desmedida. No es un intercambio de diálogos airados y tampoco recurre al método de la pornomiseria para dar forma a sus actores naturales. Cuenta con una simpleza chocante y realista, con un discurso silencioso y lento, con una parsimonia inquietante que logra desesperar en alguna instancia. Son unas ruedas desgastadas por el intento de recorrer un kilometraje feliz, sin lograrlo. Es un torso voluminoso que se broncea entre el desespero del sopor tropical y el acoso de los mosquitos. Es el rostro callado que algún día quiere cantarle sus 200 baladas compuestas a los dos hemisferios, que mientras tanto aguarda en una casa resignada a cargar con una eternidad inmóvil.

Matar el tiempo con minutos. Porfirio y su larga espera.

Landes desplaza el acto noticioso para mostrar otra faceta, "El cuerpo como cárcel del alma". El retrato del ser discapacitado es muy conmovedor y se expone con pericia a través de la simplicidad. Ver con anhelo envidioso un caballo de paso en la televisión, saber de memoria cuántos canaletes, clavos y elementos hay en el techo de su cama, o contestar llamadas que de antemano sabe que no tienen como destino sus oídos son detalles que reflejan esa silente pero intensa búsqueda de ocupar su tiempo y poner a caminar sus neuronas en reemplazo de sus pies. Salir de su cuerpo para evadirse en apetencias ajenas, escaparse de su inmovilidad para refugiarse en hojas de papel que hablan de otras historias convertidas en 200 canciones. La evasión como método de supervivencia.

Porfirio -interpretado por él mismo- es natural, no tiene necesidad de fingir. No hay un guión absoluto para los actores, la naturalidad es la consigna. A veces el tono parece más documental que ficción. Y la cámara también se postra para compartir aquella sensación de paraplejia. Planos fijos, quietos, largos, de montaje lento. Los personajes centrados desde la perspectiva de una silla de ruedas, la cámara se vuelve solidaria con el protagonista y toma su lugar. A veces choca, a veces irrita, a veces uno como espectador espera que suceda algo explosivo, una curva de drama con alta agitación, pero el lente cumple su objetivo. Desesperación pausada, un lamento susurrado en imágenes, un mudo reclamo al mundo del porqué no sucede nada si el inexorable reloj sigue acosando. Y una simple pero firme propuesta visual que lo sustenta.


Landes y Porfirio. Moviendo el mundo de la discapacidad.

Las emociones brotan gradualmente. Un poco repulsivo pero bastante eficaz es mostrar cómo un Porfirio sólo no puede despojar sus heces. Un poco extraño pero suficientemente humano expone cómo Porfirio también puede vivir su sexualidad a su manera. Un poco escueto visualmente pero absolutamente certero es el modo en el que un Porfirio iracundo desahoga su ira con las ruedas de su silla. Un poco quieto y callado pero expositor de un hueco solitario es el modo en que Porfirio finalmente encuentra compañía en un mudo perro. Un poco extraño pero real expone como un discapacitado ayuda a otro a reparar su vehículo de vida. Todas escenas recreadas a través de luz natural, sin mayores atavíos, sin mucho discurso en la dirección de actores, sin pudores ni prejuicios. La vida tal como puede suceder, con enormes dosis de humanidad.

Padre e hijo. Ayuda inevitable.

Uno como espectador quisiera ver la recreación total del suceso que hizo célebre a Porfirio Ramírez. Aquel viaje Florencia-Bogotá aterrorizado por dos granadas camufladas en un pañal que lo único que querían era llegar a la cara del presidente para entablar sus demandas. El estado de libertad condicional del protagonista pudo haber impedido el desarrollo total de los acontecimientos. Tal vez la voluntad del director, tal vez limitaciones de producción. Lo cierto es que el anuncio inicial antes de ver la película indica algunos minutos de tensión aérea, llama a recordar el momento de prensa y cámaras del aeropirata, genera esa necesidad de saber cómo sucedió aquel secuestro de carácter cinematográfico. No verlo puede ser un tanto frustrante, pero tal vez fue la mejor decisión. Hubiera desviado el objetivo que se expone a lo largo del filme, la sensación más humana de la discapacidad.




Es una lentitud no apta para públicos con somnolencia. Una visión introspectiva que busca conmover con sencillos momentos habituales en la vida de un personaje. Pero que logran tocar, a pesar de los planos fijos y largos, de la ausencia total de un score, de la falta de acción y la simplicidad documental. Logran tocar las fibras con el lenguaje de la imagen que expone como espectadora la lucha sigilosa de un hombre preso de su propio cuerpo, que en algunos instantes se desahoga con sus charlas coloquiales y sus versos baladísticos, que entre tantas emociones que haya escrito alrededor de sus 200 creaciones, no deja de ser un canto lastimero que llama al llanto solitario, difícil de consolar. Pero digno de mostrar.