21 oct 2012

PERSONA: EL TRIUNFO DEL SILENCIO



Una imagen vale mas que mil palabras. Pero mil palabras se desvanecen ante el poder impío del silencio, el arma letal que desfila en toda la trama de Persona (1966), el film de Ingmar Bergman que encumbra su estilo poético visual y que, con diálogos no correspondidos y un fuerte trabajo gestual, lo consolidan entre los grandes proponentes de la cinematografía mundial. La perturbadora historia que escarba en el interior de la personalidad tiene varios plus que la convierten en un atractivo no sólo narrativo, también visual. Exquisitez sórdida.

Poeta visual sórdido pero sensible. Bergman.

Una actriz de teatro (Liv Ullman) sufre un shock emocional y voluntariamente apaga sus palabras para no hablar más en su vida. Es puesta al cuidado de una enfermera (Bibi Andersson) que, por el contrario, está dotada de un interminable desahogo verbal y pone a confrontar el diálogo con el gesto, abre una continua disputa entre la pregunta y la respuesta. Un retiro de las dos personajes a la playa para beneficio de la enferma es el comienzo de una lucha de poderes entre dos personalidades que van pasando de la seguridad al temor, en un continuo oleaje emocional que va resquebrajando lentamente el temple de la enfermera, pero que a su vez deja percibir los lunares mudos y dolorosos de la actriz.


 Liv Ullman, poder gestual.

El mismo Bergman afirma caminar en una cuerda que nos transporta entre la realidad y la inconsciencia. Un tiempo y espacio que amasa instancias surreales. Escenas que transitan entre sueños, tragos y apariciones, que revuelven la conciencia de la enfermera Alma, ávida de sonidos vocales de su protegida/oponente. Mientras ella alucina con escuchar algunas palabras de la actriz Elisabeth, se deja envolver por su aura y pasa de ser una servicial y segura mujer a una sumisa e inofensiva niña que cae ante el arrullo silencioso de una enferma que rebosa de fortaleza interior.

Liv Ullman es impecable en su interpretación muda de la actriz. El trabajo gestual, su mirada dominante, su sonrisa burletera y su desasosiego ante las realidades que prefiere evadir son herramientas histriónicas que no necesitan de palabras para aderezar un papel bastante vigoroso e inquietante. Su antagonista Bibi Andersson, deja de un lado los papeles ingenuos de filmes anteriores para darle carne al drama de una mujer que es retada por el silencio y llevada lentamente a la exasperación mientras malgasta sus palabras y sus lágrimas en intentos por mantener el control, con nulos resultados. Una belleza que se va desenfocando con la falta de respuestas.

Del temple a la angustia, Bibi Andersson.

El refuerzo genial de los diálogos/monólogos lo tienen los planos de fusión entre rostros. El trabajo de cámara es fascinante cuando se tiene a Alma en primer plano mientras la frialdad de Elisabeth la escolta desde atrás; las conversaciones entre palabras y miradas convergen en un juego de rostros y cuerpos que se van mezclando gradualmente hasta llegar al famoso plano de pantalla dividida donde una persona se apodera de la otra. Este proceso se desarrolla en la película con el constante recurso del close-up, donde la cuota gestual es de absoluta importancia para decir líneas con los ademanes. La gestualidad es el arma histriónica que solidifica la propuesta de Bergman.


Paralelo al relato de las dos mujeres, se encuentran los turbadores 'poemas visuales' que circundan en el montaje. Manos crucificadas, penes erectos, ancianos yacentes, cartoons sin gran significado y un retorcido juego con realidades inexistentes que muestran deseos oscuros y temores humanos. Sexo, muerte, desolación y hastío, acompañados de la visión del hijo de la actriz rechazado por su madre, que la busca entre difuminaciones y lejanas memorias. La compañía de una cámara de planos fijos cáusticos es suficiente para alertar al subconsciente.

Las experiencias visuales siguen siendo únicas con el escaso uso de contraplanos en algunas conversaciones. De hecho, en una de las últimas confrontaciones entre la actriz y la enfermera, Bergman se aventura a repetir la misma escena en plano fijo desde dos encuadres opuestos, creando una atmósfera distinta a partir de las expresiones de las protagonistas. El plano cerrado con el lente fijo en los ojos de Ullman o Andersson quiere desentrañar sus ilusiones y temores. Entretanto, la música de Lars Johan Werle es un amasijo experimental que retumba y trastorna, sus intervenciones ocasionales son el acento del drama psicológico.

La victoria silenciosa. ¿Quién es Persona ahora?

La mejor forma de evadir el ser Persona es la profesión de Elisabeth, una actriz huidiza, que si llegase a contactar con el mundo real podría conocer el dolor completo. La doctora que supervisa su historia médica tiene dos perlas de guión que definen el carácter de la película desde la perspectiva de la actriz: "El imposible sueño de ser. No parecer, sino ser". Donde la apariencia pesa más que la franqueza. O "Tu falta de vida es tu papel más fantástico". Donde la existencia se reduce a interpretar a otro.O no interpretar a nadie.



 Mientras la voz de la actriz apenas se siente un par de instantes durante el film, el dominio categórico se lo lleva el silencio. Aquella indiferencia muda con un peso misterioso, con una sabiduría maliciosa, con la paternidad tosca sobre la palabra. La evasión del universo a través de la inmovilidad vocal es cruel, contundente y agobiante. Bergman demuestra que los poemas recitados con el grito silente pueden ser más poderosos que quinientas líneas de guión, apoyado en una Liv Ullman que mantiene intacta su preferencia por la inmovilidad, y finalmente respaldado por la contraparte de Bibi Andersson que araña las paredes del ruido y busca un poco de misericordia parlante. En Persona, la desolación crece con el triunfo del silencio.