23 ene 2013

CINEMA COLOMBIA 2012


Dicen que Colombia es uno de los países más felices del mundo. Es posible. Si nos infiltramos en nuestra idiosincrasia  todos los nacidos en este territorio nos reímos de nuestro propio desastre. Y eso se ve reflejado desde la música, los programas de televisión y el cine. En efecto, en el cine colombiano, el género que manda la parada es la comedia. Chistes baratos, gratuitos o estúpidos, son los dominantes del box office, y eso se ha demostrado con las acostumbradas comedias producidas y escritas por Dago García, prácticamente las reinas de la taquilla local. Escoltando el éxito vienen  las historias de suspenso y acción, respaldadas por las balas, las drogas y los cuerpos lascivos, factores comunes en la mayoría de cintas exitosas en nuestro hemisferio. Y finalmente, con poco éxito en asistencia pero con buen reconocimiento crítico se encuentran los filmes independientes con temas humanos, con sabores etnográficos o con humor negro y suspenso intimista que terminan por llenar el cartel de este cinema Colombia 2012, que este año ha contado con la fortuna de 22 lanzamientos nacionales y una creciente asistencia del público a las salas para ver este producto.




Inicio de año siempre trae de la mano la comedia. El estreno navideño habitual bajo la mano vendedora de Dago García trajo El Escritor de Telenovelas con la dirección de Felipe Dotheé, pero con un resultado negativo en crítica y taquilla, en el que se hace un intento cómico de repasar un Adaptation criollo con la historia de un libretista que despierta un día atrapado en su propia historia y es presionado por sus propios personajes para finalizar su novela al acomodo de estos. Sin mucha gracia y con poco impulso, una de las razones de su relativo fracaso fue su competencia de 25 de diciembre, Mamá Tómate la Sopa. Por primera vez RCN Cine se aventuró a lanzarle adversario cinematográfico al tradicional Caracol. Y la fórmula le funcionó reclutando a dos elementos claves como el director Mario Ribero (Betty la Fea) y la actriz Paola Turbay. En tonos de comedia se hilvana la historia de un hijo cuarentón y holgazán que aún vive bajo los designios de su madre, y que busca la emancipación a través del amor que tiene por la nueva peluquera del barrio. La actuación de Consuelo Luzardo como la madre de la historia y el toque sexy de Turbay contribuyen a darle Sopa y seco a su filme adversario. Y entre calvos dependientes y escritores confundidos llegó el 2013 a tocar las salas de cine.

Andi Baiz es un director respetado gracias a su debut con Satanás (2007), que obtuvo grandes reconocimientos y una lluvia benéfica de críticas. En coproducción con España y con talento técnico y actoral ibérico (Clara Lago y Quim Gutierrez) salió a cartelera La Cara Oculta, un thriller envolvente que se concentra en el tema de la infidelidad y la duda. La misteriosa desaparición de la novia del Director de la Orquesta Filarmónica empieza a suscitar preguntas entre sus allegados, sin saber que se encontraba más cerca de lo que el protagonista podía haber pensado. Limpio trabajo fotográfico, un desarrollo que va aumentando la tensión con los minutos y una nueva incursión de Martina García ante la lente, dio como resultado una gran aceptación en taquilla -unos 612.000 espectadores- y la consolidación de Baiz como uno de los directores colombianos que saben guardar el equilibrio entre aceptación del público y buenos comentarios de la crítica.


El mes de febrero es el más pequeño del año. Allí
llegaron las representantes "pequeñas" de la cartelera. Primero, el experimento poco divulgado de Carlos Zapata Pequeños Vagos, una desenfadada historia de apartamento en la que tres amigos conviven como ermitaños bajo una armonía bizarra, que peligra con la llegada de una mujer (María Cecilia Sánchez) como nueva roommate de esta trinidad de individuos. Muy poca difusión, libre de cualquier presión comercial y con una propuesta audiovisual alternativa que juega con los colores, las distorsiones y los audios, el film pasó sin pena ni gloria en taquilla, pero brindó un respiro ante las temáticas de siempre. El otro "pequeño" que se hizo gigante fue el sorpresivo documental de Antonio Dorado Apaporis Secretos de la Selva, una apuesta sincera por introducirse en el mágico mundo de la Amazonía y revelar interrogantes místicos sobre los hijos del río y el grandioso entorno plagado de verde y de misterio. Ganador de menciones especiales y con una taquilla heroica al presentarse como documental, Apaporis es la resurrección del género para las grandes masas.

Una enorme historia de humanidad se exhibió en marzo. El director brasileño Alejandro Landes sacó a flote la historia del aeropirata discapacitado que secuestró un avión en 2005 para hacerle un par de exigencias al gobierno. Porfirio (interpretado por el mismo personaje de la vida real) es el drama de la discapacidad que se retuerce en una lenta espera, en un agónico proceso de conformismo en medio de un pueblo olvidado, donde las balas perdidas circundan sin Dios ni ley. Con un completo sentido de la semiótica y en un montaje reposado y 'parapléjico', la película logra tocar las fibras humanas con todos sus elementos, brindando uno de los mejores filmes del año, aplaudido en Cannes y en Amsterdam, pero ignorado -como el protagonista- por la taquilla.

De la parsimonia de marzo pasamos a un agitado abril. 90 minutos buscan condensar el robo perfecto en 180 segundos, con tres maleantes que se destacan por no dejar rastro. La cinta de Alex Giraldo tiene elementos gráficos interesantes, actuaciones sueltas pero mucho diálogo gratuito, sin embargo pasó el examen ante un público que no se anima mucho ante películas pequeñas y logró capturar unas 160.000 personas en la salas de cine. La que no capturó mucho fue La Captura, una nueva entrega cinematográfica de Dago García que fue un rotundo fracaso para sus números y otro nuevo guión para descartar, con la búsqueda 'implacable' de un capitán hacia uno de los capos más peligrosos del país. Con soundtrack rocanrolero, un intento no muy cómodo de edición en videoclip y una historia que no captura, La Captura pasó por las salas sin causar grandes impresiones; las mejores las ostentaron las curvas de Andrea  Guzmán en su personaje como mujer fatal de pueblo.

La animación en Colombia se abre paso de forma muy lenta. Con excelentes intenciones y temáticas interesantes, el primer salto en largo lo dio Pequeñas Voces de Jairo Carrillo en el 2011, con grandes críticas y bajos ingresos. Algo similar sucedió en mayo con Gordo, Calvo y Bajito de Carlos Osuna. Una propuesta novedosa en el campo local con la rotoscopia digital (donde personajes reales son animados) que expone la monótona e insegura vida de un funcionario gordo, calvo y bajito, quien atribuye la falta de éxito a sus condiciones físicas.Su vida comienza a dar visión distinta al conocer a su nuevo jefe, que es más gordo, calvo y bajito que él mismo. Con matices de superación personal, una narración sencilla, lenta pero tierna y un excelso soundtrack, este filme no logró durar más de una semana en salas de cine y apenas logró convocar un promedio de 1.800 asistentes. Lástima que el proyecto se haya quedado gordo, calvo y bajito ante los espectadores, porque es una propuesta alternativa que vale la pena apreciar.

Uno de los años más intensos en trabajo para Dago García fue el 2012, quien después de sus fracasos comerciales con El Escritor de Telenovelas y La Captura, por fin tuvo la recepción esperada del público con  Mi Gente Linda Mi Gente Bella. De la mano de su paladín vendedor Harold Trompetero, la época de vacaciones de mitad de año lanzó este filme conformado enteramente por clichés funcionales, donde se comprueba que este país sigue siendo el más feliz del mundo, lleno de modismos y costumbres peculiares, visto desde la óptica de un extranjero ingenuo. Con el recurso práctico del cliché jocoso, la fórmula Trompetero-García de nuevo fue efectiva y convocó mas de 600.000 personas a ver la cinta. Sin proponer mayor novedad, Dago sigue siendo una máquina de hacer billetes con el cine local.

Otro personaje que repitió producción en el mismo año fue Alessandro Angulo. Su primer intento lo hizo en abril con el documental Ilegal.Co, escarbando en las entrañas del negocio de la droga y las posturas sobre la persecución y la legalización, que contó con muy poca distribución y un efímero paso por la cartelera. Pero si el documental no funcionó, la ficción sí lo hizo. En julio salió SanAndresito, una especie de Torrente el brazo tonto de la Ley, que cuenta la historia de un policía oportunista pero muy torpe que sufre la pésima casualidad de ser culpado por la muerte de una mujer y debe pasar una serie de aventuras para esclarecer su inocencia. Con dosis de picardía y una acertada actuación del consagrado Andrés Parra (Escobar El Patrón del Mal), el filme es entretenido sin ser pretencioso y se introduce en el mundo de los comerciantes del sector bogotano de San Andresito, pese a que faltó un poco más de explotación visual de la locación.

Al cine le llegó su agosto. Por primera vez en mucho tiempo, la cartelera nacional nos ofreció durante un mes cinco lanzamientos nuevos con participación colombiana.Tuvo tres facciones: La comercial y vendedora, la independiente y geográfica, y el punto medio que ofrece historias alternativas pero accesibles. El formato comercial llegó con Carrusel del mexicano Guillermo Iván, que es básicamente una recreación cómica de todo el proceso del Carrusel de las Contrataciones bajo la administración del ex-alcalde Samuel Moreno. Sin nombres propios, pero con una clara exposición de los hechos, es un buen recurso para enterarse sin querer queriendo de aquel polémico proceso. La segunda película de tinte comercial fue la versión para cine de La Lectora, que ya contaba con libro y telenovela, y que relata las lecturas de una universitaria secuestrada con el objeto de  traducir un libro, clave para encontrar un maletín misterioso. El director Ricardo Gabrielli  nos hace una interpretación de la historia con ritmo intenso, muchas pistolas y explosiones y el lado más sexy de Carolina Gómez. Aunque un par de escenas de acción no son convincentes del todo, la credibilidad de los villanos y el ritmo frenético más el enganche del guión la hacen atractiva para el público que gusta de las balaceras y las persecuciones.



El punto medio entre lo vendedor y lo independiente lo marcó la gratamente sorpresiva Sofía y el Terco,  enternecedora historia de una mujer adulta del campo que sueña con conocer el mar. Mitad cine familiar, mitad road movie, el filme de Andrés Burgos cuenta con dos grandes plus: La actuación de la española Carmen Maura, que sin decir una sola palabra logra causar empatía inmediata con el espectador, y la recreación de los sueños constantes de Sofía, donde hay mares de cartón, coloridos y hermosos, en un surrealismo cándido bajo la acertada dirección de arte de Ángela Bravo. Con un argumento sencillo y una aventura afable, la película funciona muy bien hasta la aventura en el recorrido de Sofía, que tiene un desarrollo corto y carece de mayor sustancia en el trayecto. No obstante, es una buena alternativa temática en la cartelera, apta para todo público.

La zona 'indie' de aquel agosto prolífico la ofrecieron dos cintas aclamadas por la crítica. Johnny Hendrix publicó su ópera prima desde lo más puro de sus orígenes con Chocó, la historia de un departamento hecho mujer, que toca temas claves como la explotación minera, la invasión paisa, el machismo y la falta de oportunidad, en un relato pacífico, sin prisa, en medio de la belleza olvidada. Más reposada que Chocó es La Sirga de William Vega. Fría, suspensiva, brumosa. La magia gélida de la Laguna de la Cocha ayuda a desentrañar los temores de una joven desplazada por el conflicto armado, que tirita de pavor ante una calma tensa. Es bueno verla con tinto, pues su desarrollo es dilatado, se mueve despacio entre las lanchas y las casas de madera y el solo verla da frío. Las dos cintas son retratos etnográficos aptos para impresionar al público internacional.


Luego de caminar por la independencia, el regreso al cartel comercial es contundente en septiembre. Extrañamente nominada como candidata para llevar a los Oscar por Colombia, El Cartel de los Sapos es una nueva exhibición de cine narco pero de alta factura. Un reparto de lujo, locaciones nacionales y foráneas, balaceras  muy cinematográficas y respaldo de taquilla le dieron a Carlos Moreno una aceptable recepción en su tercera entrega como director. No está mal para los seguidores del género, pero de ahí a nominar el filme a un Oscar es un poco pretencioso. La segunda película que pretendió llenar salas en septiembre fue la comedia ¿Por qué dejaron a Nacho? de Fernando Ayllón, con resultados agridulces. Tan agridulces como sus actuaciones, sus chistes que no convencen del todo y una trama predecible en la que un joven está dispuesto a todo para recuperar a su novia díscola y oportunista. Apta para quienes se refugian en el recuerdo humorístico del programa Ordoñese de la Risa.

Octubre nos trajo la única película colombiana con tintes de horror en su trama. La ópera prima de Alfonso Acosta se sumerge en el bosque con El Resquicio, una extraña propuesta que cuenta con un enganchador comienzo, un sorpresivo final, pero un nudo poco tenso y disperso. Una narración que convierte un viaje pacífico de vacaciones en un universo lleno de brujas y fantasmas del pasado, con un atinado diseño sonoro y una actuación interesante de los gemelos Heins y de Fiona Horsey. No tanto la de su protagonista Alan Daicz, que no logra convencer del todo. Durante el mismo mes se estrenó La Playa D.C. del director Juan Andrés Arango. A diferencia de SanAndresito, el ojo de Arango penetra todos los rincones del sector de repuestos y arreglo de autos conocido como La Playa en Bogotá, y aparte de este lugar explora otro no menos interesante: Las peluquerías afro de la capital. Con el fantasma del desplazamiento en el relato y la búsqueda del sueño americano en medio de las llantas y las rasuradoras, la historia de tres hermanos absorbidos por el litoral de asfalto que van por la vida al son de Flaco Flow & Melanina buscando salir a flote es otra de las historias estrella del año. No es muy fotográfica, no es muy vistosa, pero tiene una gran dirección de actores naturales y nos ofrece un convincente retrato de la dureza de la vida entre los neumáticos y los cortes de pelo.




 Totalmente opuesto al estilo de road movie de Sofía y el Terco, llegó en noviembre el frenetismo de Apatía de Arturo Ortegón. Edición vertiginosa, propositiva pero peligrosamente mareada -recordando algunos recursos de Felipe Aljure- llega esta historia que narra las aventuras de tres individuos en carretera en búsqueda de dos objetivos, el perdón amoroso de una mujer y el concierto de Daft Punk en la playa.Con un guión que se sustenta en muchas líneas de un escritor personaje del filme, hay apuntes reflexivos y filosofía barata, y a medida que va pasando el tiempo se va perdiendo el aire innovador de la cinta y termina empantanada en lugares rebuscados.Con el vértigo de lado y en una narración mucho más simple y dulce, el dúo de Ana Sofía Osorio y Diego Bustamante estrenaron Sin Palabras, donde los protagonistas son otro dúo, un bogotano y una oriental. Una historia de amor marcada por la gestualidad y la   inocencia, con un parecido sospechoso al filme argentino Un Cuento Chino, y que sin mayores pretensiones expone la idea de un amor inesperado que llega del otro lado del mundo. Entre la dulzura y el vértigo cerró noviembre la cartelera local.


Una impresión grata deja la exhibición más alta de cine colombiano en su historia, dejando un registro memorable de 22 filmes en un mismo año, con la ilusión de incrementar la cifra y poner a caminar una verdadera industria. El estímulo legal y económico que brinda el Fondo de Desarrollo, mas el emprendedor paso de nueva sangre y entusiastas almas cinéfilas por contribuir con nuevos títulos para el cine local, son  motivos para seguir animando y empujando el lento pero continuo crecimiento de la empresa cinematográfica en nuestro país. No es suficiente con llenar las salas hilarantes de Dago García o el bien posicionado cine narco, hay que apostarle a otros dramas, a las alternativas independientes y a las visiones interiores de un país multicultural. Es nuestro deber como espectadores contribuir con la asistencia a las salas para que esta pequeña planta de celuloide algún día pueda ser exhibida como un árbol robusto, lleno de historias y memorias locales.