17 mar 2014

SUITE HABANA: AL SON DE LOS AMBIENTES



Una ciudad marcada por la historia, superviviente, nostálgica, pero ante todo humana. El retrato de La Habana que busca moldear el director Fernando Pérez para esta película tiene un triste romanticismo que nos evoca los vestigios de una ciudad luminosa y fiestera, convertidos en polvorientos pero sinceras caminatas del cubano promedio, que sobreviviendo a un sistema económico débil, no renuncia a sus sueños. Y que por encima de cualquier ideología escarba en la cotidiana humanidad, llena de deseos y necesidades. Comienza una sinfonía disfrazada de documental, ornada con cuidadosa puesta en escena.

La Habana, entre la grandeza y la melancolía.

En un inicio, clasificar el filme es una tarea que puede llevar al debate o que sencillamente es prescindible. Se enmarca en el documental, en los hechos reales de gente real que vive su día a día. Sin embargo no hay testimonios hablados, no hay construcción de diálogos, no hay una reportería de la verdad en la que se vea una cámara grabando en caliente. Los tiros de cámara son estudiosos, se filtran de belleza propositiva y se valen de un relato contado a través del sonido ambiente que se entremezcla con arreglos orquestales, en su mayoría de corte minimal. Es una muestra performática, una presentación fotográfica de muchas historias que se desenvuelven en un mismo entorno y que se ve en apariencia muy sencilla, pero que en su entramado logra descubrir la esencia de las almas cubanas que logran con sapiencia resistir el peso de la historia de su país.

Dos protagonistas se disputan con fuerza la atención. La imagen, postales del ciudadano, rescates de la vieja gloria arquitectónica, promotora de la nostalgia. Y el sonido -aparentemente directo, pero mezclado en su mayoría en post-producción- que se revuelve entre ollas a presión, vehículos polvorientos, el mar impetuoso y su continuo contacto con las sonoridades musicales del score de Edesio Alejandro. Mientras la imagen se viste de frac y no esconde sus pretensiones de posar ante el mundo, el sonido busca recrudecer ese efecto y darle un aire más rústico y menos glamoroso, mucho más urbano y menos sofisticado, disputando con la música esta postura en una batalla entre la sutileza y la rugosidad del entorno.

Fernando Pérez, el hombre de la batuta en esta suite

Todo se narra en un día, designando al Faro del Morro habanero como el reloj de la película, quien nos marca el amanecer y el fin de las horas, el comienzo y el fin de una ciudad que se deja contar muchas historias. El reparto de varios actores naturales expone su vivir consuetudinario entre las obligaciones y los descansos, entre sus rituales gastronómicos y sus desahogos nocturnos, todos caminando en un mismo espacio sin cruzarse palabras; los unen dos coincidencias que se van desnudando a lo largo de la cinta, el espacio geográfico de una Habana envuelta en la nostalgia y las ganas de sobrevivir, y el deseo de cumplir sus sueños particulares, cada uno desde su propia perspectiva.


La Habana es una ciudad ajada, golpeada por la debilidad de su sistema económico, desprovista de maquillajes. Pero de forma extraña es cautivadora, el peso de su pasado conmueve y magnetiza, los vestigios de su potente arquitectura ensalzan su aparente desgaste, el malecón sacude con ímpetu y vigor un terreno que necesita respirar. Y cuenta con el vibrante ingrediente de la capacidad de trabajo de su población, que a pesar de tener estampado en sus puertas el vocablo de la necesidad sale a desafiar al sol, al bolsillo, a la urbe, para mostrar que están vivos en el mundo. Las bicicletas son pulmones comunes de desplazamiento, las ferrovías quieren resistirse a los resquemores de la carencia, los taladros, vehículos y máquinas anuncian una paradójica convulsión de una ciudad muy trabajadora, en son de la producción a pesar de la escasez.


Este es el son cubano de los ambientes. Zapatos, ruedas, plásticos, aulas de clase, plazoletas, carros y ventiladores son el soporte fuerte del discurso. Las voces se van al tercer plano, todo se queda en la mezcla de sonido que Edesio Alejandro y Fernando Pérez conjugan en la post-producción. Efectiva pero a veces viciosa, urbana y caprichosa, aquella suite se desenvuelve en aras de la contemplación, escarbando una realidad. Los dos artífices la materializan y logran crear atmósferas interesantes, pero a veces peca en algunos segmentos por lo impostado, por la ausencia de un sonido directo que tonifique un carácter más realista de los momentos. Su compañía es aquel score, solemne y melancólico, muy preciso y bello mientras acompaña la arquitectura y la geografía urbana, a veces invasor de algunas instancias que piden más silencio o más ambiente. Como último ingrediente sonoro de esta suite están las infaltables tonadas cubanas que contribuyen a pintar aquel paisaje como Bamboleo, las mariposas de Silvio Rodríguez, la Orquesta Mágica de la Habana o la voz de Omara Portuondo, muy adecuadas para conformar esta amalgama citadina y caribeña.

El mundo a sus pies. Un zapatero que sueña con ser gran bailarín.
El desarrollo del relato poco a poco va justificando un montaje que conecta a todos los personajes de algún modo en su idilio con sus propios sueños. Mientras viven sus quehaceres, mientras ingieren sus alimentos, mientras se preparan para la noche, mientras viven el bienestar de sus deseos en la noche. Es precisamente la noche la ocasión climática del relato, al explorar aquellos hermosos desahogos de la gente del común que sufre con alegría su metamorfosis y materializa su felicidad pintada de noche. El zapatero que pone a vibrar sus pies como experto bailarín, el constructor de casas que transforma la espátula en piruetas de ballet, el reparador de rieles que se monta en el tren de la música y pone su saxofón a sonar a todo vapor, el niño que deja de contar los ejercicios de su cuaderno para contar las estrellas y soñar con ser astronauta, el empleado de hospital que recupera su salud emocional como un travesti nocturno. Todos los personajes liberan sus pasiones, sus anhelos, a través de una luna cómplice que les permite rozar la felicidad en las noches de la Habana.

   

La ciudad más atractiva del régimen comunista le sonríe a la adversidad como el doctor que se desahoga como payaso, uno de los personajes del filme. Suite Habana soporta una construcción de ciudad con estoicismo, con espíritu de resistencia, con la naturalidad por encima de la ambición. Y procura evadirse de las posturas políticas, evitando los tonos censores y los sueños americanos. Fernando Pérez prefiere el refugio de la cotidianidad como narración de un país, que en medio de la simpleza nos puede dar verdaderas revelaciones. Al son de sus ambientes y musicalidades nos ha pintado un paisaje melancólico y romántico, que observa en paz el monumento a John Lennon en el Vedado que todavía cuenta con la esperanza de un mañana mejor mientras La Habana llora con emoción unas nuevas lágrimas de amanecer lluvioso.