21 jun 2014

ROBERT WILLIAMS: HOT RODS, HOT PICS



Generalmente el mundo del cómic y el arte se inclina a ensalzar la magistralidad en la creación de grandes superhéroes e ídolos ficticios como lo manifiestan las casas editoriales de Marvel y DC, o en las tendencias artísticas dominadas por nombres como Monet, Dalí, Picasso o Pollock. El mainstream es  dominante y a veces tan hostigante que no permite ver en otros lugares del hemisferio figuras tan impresionantes y magníficas como lo que logran nombres como S. Clay Wilson, Harvey Pekar o en el caso a destacar, la lucidez profusa de un maestro con el lápiz o el pincel donde lo pongan: el gran Robert Williams, que no tiene la carísima nariz de payaso de su similar Robin, ni cuenta con la oleada de fans de su homónimo Robbie, pero que reúne tanto talento que es capaz de apabullar las carreras de sus semejantes  con sólo dar un recorrido por la suya.

El hombre de Albuquerque se guarda un sorprendente repertorio de alucinantes pinceladas que logran descrestar con sus monstruos de bocas enormes, los perfectos traseros de sus mujeres imaginarias y las desasosegadas aventuras gráficas de sus amados Hot Rods. Una hermosa transgresión que ha trascendido al mundo del arte pasando por el comic, la escultura y la pintura. Las prebendas liberales del espíritu californiano contribuyeron a cultivar su arte sin prejuicio donde las temáticas incómodas para la sociedad republicana eran platillo favorito de un Williams ansioso y exageradamente creativo, que decidió establecerse en San Francisco para explotar su talento.
Coochie Cooty, un alien creado por otro alíen, Williams.

Zap Comix fue una linda experiencia de desahogo. Robert Crumb, Spain Rodriguez, S. Clay Wilson y los demás del combo acogieron a Williams para que aportara su dosis de psicodelia revoltosa entintada. Su alien Coochie Cooty es uno de los célebres personajes del cómic underground que desfiló tranquilo en la contracultura luchando contra amazonas nazis, embriagándose con la revista MAD e intentando acoplarse al complejo mundo de los humanos. Algunos pincelazos políticamente incorrectos para  finales de la década del sesenta contribuyeron a fortalecer el movimiento contracultural en la pacata sociedad conservadora estadounidense y maltratar con lucidez el american way of life. Un listo ensamble de dibujos sinvergüenzas que hablaban de todo y se dejaban dibujar desde cualquier postura, figurada y literalmente.

Hot Rods. Velocidad y choques. Vértigo y chaquetas. Gasolina y golpes. Aquellos carros accesibles de clásica apariencia pero apremiante marcha fueron inspiradores de múltiples experiencias pictóricas que se manifestaron durante toda la existencia artística de Mr. Bitchin Robert Williams. Junto a su amigo y colega Ed Roth consolidaron bases pintadas para que estos carritos fueran parte de un estilo de vida americano y lograron que la figura de Rat Fink fuera un estandarte para los amantes de aquellas ruedas apuradas que buscaban choques sin querer queriendo. Muchos de sus cuadros incluyen Ford, Chevrolet y Cadillac haciendo alarde de su valentía irresponsable y de espectaculares choques que incluyen aureolas automovilísticas, esqueletos triunfadores y trofeos manchados de gasolina sangrienta. Death on the Boards manifiesta con maestría este diabólico vertigo y nos regala un deleite que ningún otro artista
podría copiar.

Chocante y vistoso. Death on the Boards.

Y es que lo de Williams es loable por lo auténtico. Aquella mezcla entre lo figurativo, lo surrealista, el evocar una sola idea a través de un sinnúmero de paisajes enmarcados en un solo cuadro es una tarea titánica. Y por allí destilan monarcas despilfarradores en aquel exceso de color deslumbrante;  venados inocentes que contemplan con angustia cómo se los traga la industria cinematográfica y los convierten en Bambis consumistas; colores de acuarela que se rebelan con absoluta convicción a pintores idílicos que no tienen la culpa de ser seguidores de los paisajes apacibles; guerras de máscaras, vagabundos sin motor, cadenas alimenticias, espías seductoras y traseros que matan a la muerte; aquel delirio cromático que camina entre lo figurativo y el cartoon es todo un despliegue de inventiva que crean universos propios llenos de historias con trasfondo. Williams hace alarde de ser un narrador genial que habla con el pincel.

Hasta Blondie es parte de la inspiración. El grupo neoyorquino es comprador de sus cuadros y Debbie Harry es parte de ese imaginario pictórico donde Robert ha podido plasmar todas sus angustias oníricas y reales en el cuadro "Debbie harry's Fears" y en el que se incluye al asesino serial Ted Bundy desde la silla eléctrica persiguiendo a la rubia vocalista. No solamente Blondie está hechizada por el universo iconográfico de Williams. Anthony Kiedis (Red Hot Chili Peppers), el jazzista Artie Shaw y hasta los Guns and Roses hacen parte de ese involuntario club de fans que admiran y aplauden  con sus ojos las neuronas del pintor enmarcadas en imagen. La portada del disco Appetite for Destruction es una de aquellas vinculaciones de Mr. Bitchin hacia la música, con la maravillosa, caótica y controversial cubierta de una mujer violada por una especie de extraterrestre y que finalmente no fue aceptada por la censura y tuvo que ser relegada a una función secundaria. Sin embargo, aquel tono de prohibición fue benéfico para el artista puesto que elevó su reputación como artista y lo hizo mediático después de hacer parte de un circuito mas bien discreto. Apetito por la fama.

No conforme con crear el mito underground de Zap, hacer sus propias pilatunas con Coochie Cooty, meterle velocidad al lápiz con las colaboraciones vehiculares de Ed Roth, Williams crea la publicación cultural Juxtapoz en 1994, abierta para nuevos artistas que quisieran moverse en el circuito y que provinieran del arte callejero,  hot rod, conceptual o vanguardista para hacer conocer su trabajo. Con el paso del tiempo sería la principal ventana del estilo lowbrow (arte de mal gusto) para el mundo, rescatando lo pop, lo punk, lo callejero, lo surreal. Lo talentoso. Lo Williams.

El mundo de Robert Williams. Hecho escultura.
La última aventura de don Robert proviene de la escultura. Cuatro  cosmovisiones a partir de su peculiar mundo que sostienen ese estilo atrevido. Hay visiones en las que el mundo se despedaza a través del humano fuego en Brute Waste, otras en las que la riqueza pasa a ser despreciable en Diamond in a Goat's ass, también bocas monstruosas que se van tragando nuestras vidas a través del veloz vértigo hot rod en The Rapacious Wheel, y finalmente una introspección, una búsqueda a través de sí mismo en The Brain Trap. Si Williams hubiese comenzado con más distancia en el almanaque, actualmente su compendio escultural sería más rico en número e igual en calidad. Sólo falta el monumento para este fenómeno.

                   

En 2013 se lanzó el documental Robert Williams, Mr. Bitchin con un recorrido cronológico por la vida y obra de este artista de descomunal imaginación. Testimonios, anécdotas y pinturas, muchas pinturas, hacen parte del expresivo mundo de fantástico realismo, que cuenta con detalles muchos de los pasajes de epifanía que provocaron aquel truculento y a la vez hermoso parto artístico que nos ha brindado Williams a través de los años. Un repertorio difícil de olvidar una vez se conoce, y del que no hay bebida visual que calme las ganas de volver a contemplar uno de sus cuadros, o esperar por uno nuevo, si la vida le permite a este símbolo de la contracultura americana reaparecer con una de sus grotescas maravillas en alguna galería del mundo.