23 jun 2015

LAS CARAS MÚLTIPLES DE HOLY MOTORS



Hay historias que gustan de desafiar los códigos narrativos. No se concentran tanto en el Qué, mas bien en el Cómo. Desvían el cauce de las líneas convencionales y le apuestan a una originalidad peligrosa, un extraño brillo difuso que peca por aquella novedad atrevida, pero que envuelta  en una vestimenta de autenticidad abstracta, logra ser plato de impresiones gustosas y con sutiles mensajes ocultos. Esto le pasa a Holy Motors de Leos Carax, un relato cinematográfico desfragmentado en múltiples caras que no cuenta nada en concreto, pero que deja su página de celuloide para infinitas posibilidades de interpretación por parte del espectador.

Múltiples artífices. Lavant, Minogue, Carax y Scob.

LAS CARAS DE OSCAR, LAS CARAS DE PARÍS

Monsieur Oscar sale en la mañana de su casa, monta una limosina y se dispone a cumplir con un itinerario de eventos que debe ejecutar. Aquel hombre encarna nueve papeles distintos de naturalezas dispares, sin aparentes lazos. Todo confirma que es un actor quien comienza este carrusel de mini relatos que cuentan con comienzo, nudo y desenlace, pero que parecen no conectarse entre sí. Denis Lavant, paladín actoral de la filmografía de Carax, se dispone a hacer una de sus mejores interpretaciones personificando distintos momentos, salidas y actitudes, haciendo homenaje a una de las carreras humanísticas más conmovedoras, el ser actor. La construcción de los paisajes surrealistas e inconexos de Carax siempre vive sustentada en destacar la naturaleza del actor, en exhibir sus límites y plantear de algún modo sus inquietudes como ser humano. Es la exposición de múltiples caras, de camuflarse en seres ajenos y dejar de pertenecer a su propio universo, en la enajenación voluntaria para dejarse llevar por 'la belleza del acto'.

La Bella y la Bestia. Kay M y Monsieur Merde.
Y es que no solo Oscar se disfraza de probabilidades humanas. París es una ciudad de vestimentas variopintas, ataviada de luces románticas y calles limpias en las avenidas de la torre Eiffel, empalagada de exquisitez alrededor de los olores del restaurante Fouquet's y los infinitos pasos del hall del Hotel Raphael, embadurnada en tizne y oscuridad de las cloacas que le refunden su gloria romántica, esquizofrénica y bañada de moda lúgubre en la belleza mortuoria de su épico cementerio Père Lachaise, revolviéndose de nostalgias en el monumental almacén La Samaritaine parcialmente sometido a un obligado cambio estructural, respirando la arquitectura colosal y límpida de la Villa Paul Poiret, la amargura fastuosa del río Sena en el Puente Alejandro III, la austeridad del eterno pasillo de la Iglesia Saint-Merri roto por el herético sonido de los acordeones, y la grandeza napoleónica del Arco del Triunfo. Todas las locaciones respiran, sienten y vibran cambios emocionales que van desde el vértigo hasta la nostalgia, son los disfraces adicionales que enmarcan un espacio que también actúa, hace parte del performance y contribuye a mostrarnos las múltiples caras de una ciudad que habla.



UNIVERSO DE CONTRASTES

A lo largo de ese cortejo de situaciones, germina el acento de una palabra clave durante todo el relato: contraste. Carax se encarga no solo de romper con los lineamientos de la película, sino de desbarajustar los paradigmas de las locaciones y los personajes, trastornando los objetivos y el orden a través de lo que parece intocable. Cabe mencionar algunos ejemplos de disparidad paradójica que se juntan en las secuencias:
-La belleza moribunda del cementerio viviendo el último embate de la moda europea, donde las lágrimas se transmutan en flashes de cámara.
- La pulcritud del almuerzo de Oscar a bordo de su limosina contrasta con su disfraz de Merde, quien se dispone a comer las flores de los difuntos y las axilas de las modelos.
- Un maniático digno de actos abominables (Merde) entra en disparidad con imponer una moda femenina más austera, tapada, casi musulmana obligando a la modelo (Eva Mendes) a guardar compostura en su atuendo.
- Un espacio de reflexión y oración como la iglesia de Saint-Merri convertido en el santuario del desborde musical, donde acordeones renegados llegan para amasar la anarquía alegre.
- Un criminal que busca convertir a su víctima en sí mismo a través del maquillaje, y que termina siendo ajusticiado involuntariamente por un ser idéntico, hecho a su imagen y semejanza.
-Una casa conformada por una familia de primates, la constitución del salvajismo domesticado.
-Una sobrina triste por la inminente muerte de su tío rompe con la figura luctuosa envuelta en lágrimas con un desnudo satinado y libidinoso.
-Una terraza en forma de mirador romántico llena de luces de ciudad y respirando amor es un escenario dispuesto a la ruptura sentimental.

Herejes melódicos. Acordeones rebeldes en la Iglesia.

Aquellos antagonismos escénicos de forma son apenas un reducido menú del constante gusto de la película por convertirse en el paradigma de lo iconoclasta, lo que la hace peligrosamente incomprensible para el público estándar e inevitablemente magnética para los anarquistas. Estos contrastes refuerzan el discurso de homenaje a la actuación y la posibilidad narrativa, donde puede disponer de un espacio, interpretarlo de la forma más antojadiza y convertir un universo habitual y ordinario en un planeta inédito de nuevas circunstancias, donde la lógica va a perder la batalla y el eclecticismo va a ser el estandarte para abrirle la mente a los incautos.


¿QUIÉNES SOMOS? ¿QUIÉNES ERAMOS?

Aunque cuenta con un reparto interesante donde se aprecian nombres como Edith Scob, Eva Mendes, Kylie Minogue o Michel Piccoli, Denis Lavant es el alma y cuerpo de aquellas múltiples naturalezas, que pueden originarse en una anciana limosnera que quiere morir pero parece eterna, hasta el padre de familia dedicado y trabajador que llega a casa a cuidar de su esposa e hijo chimpancés. El único inconveniente del actor es que nunca logra descifrar su propia historia, es un cúmulo de emociones engrasadas en maquillaje y de algún modo siente que su castigo es vivir consigo mismo, y para ello se refugia en otras almas efímeras. En uno de los pocos momentos que parecen sugerir el origen del personaje, en su encuentro romántico con otra actriz llamada Jean (Kylie Minogue) en la terraza del Samaritaine, pequeñas líneas de diálogo y una canción intentan finalmente desembrollar aquel laberinto de performances.
- ¿Eres tú?
- Eso creo.
Son actores que viven las vidas que no son, viven los imposibles que podrían ser, pero que los ata de una forma apasionada. El tema "Who were we?" invita a descubrir si en el actor entregado a su profesión existe un pasado posible, si la nostalgia por una realidad palpable puede ganarle al idilio de la belleza de actuar. La pequeña tonada de piano de "Who were we?" acompaña como introducción en la limosina a cada uno de los nuevos performances que Oscar debe realizar, e invita a saber si finalmente el personaje adoptará una identidad definitiva.



Una película inspirada en el negocio de las limosinas terminó desatando un sinnúmero de elogios y abucheos por igual para propios y ajenos. Lograr impregnar de perfume de lógica a aquellos recorridos de gasolina lujosa fragmentados en personajes dispares y desvinculados es una labor atrevida, que algunos pueden considerar una pérdida de tiempo, otros una sustentación de apreciación cinematográfica. Lo cierto es que Leos Carax, queriéndolo o no, logró hacer un bello homenaje al cine como tal.  Desde su misma introducción, donde un hombre que despierta en su cuarto se acerca al tapiz de sus paredes de bosque y al abrir una puerta secreta se encuentra con una sala de cine, llena y atenta, lista para permitir a sus ojos entregarse al imaginario infinito de la gran pantalla. Holy Motors fue construida como un manifiesto de libertad y autonomía desde todos los flancos de la convención audiovisual y refuerza al final de la historia con "Who were we?" su propósito, desprovisto de cualquier modo ortodoxo, 'Tenemos que hacer lo que queremos, de nuevo'.